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Capítulo 29. Trinidad Carpintero González

  Mi libreta negra “Morleskine”, tamaño cuartilla y con renglones para escribir sin que se note mi estado de ánimo, casi siempre me acompaña; escribo en ella mucho de lo que veo, pienso o siento. También lo que se me ocurre o descubro que, importante o no, me sirva para esta historia de la Familia Ferrand, mi familia, para cuando tenga que enfrentarme a una nueva hoja en blanco. Ahora la hoja en blanco tiene sólo título: Trinidad Carpintero.

Pensé que sería difícil escribir su historia porque poco conocía de ella, porque no sabía cómo conectar con los sujetos de este relato y porque creía que vivirían en México y me sería difícil contactar con ellos, pero no fue así.

En mi época docente, cuando tenía que explicar algo, siempre empezaba por conocer lo que los alumnos sabían de lo que iba a explicar; es decir: por los “preconceptos”. Igual me pasa hoy: ¿qué sabía yo de Trinidad Carpintero? Veréis.

Sabía, porque así lo dejó escrito Rosario Muro, la mujer de Julio Ferrand Bonilla, que Manuel Ferrand Rodríguez, tras quedarse viudo y antes de contraer nuevo matrimonio, tuvo una relación con María Luisa Carpintero de la cual nació una niña de nombre Trinidad. De tal nacimiento Manuel Ferrand Rodríguez no tuvo conocimiento alguno y María Luisa se fue a México.

Sabía, porque así me lo contaron, que Trinidad se casó con José Luis Sariego y tuvieron 9 hijos. Al pasar el tiempo, Trinidad volvió a Sevilla y conoció a parte de la familia Ferrand, quedando desde entonces  integrada en ella. Sabía que Trinidad vivía actualmente en Las Palmas de Gran Canaria. Hasta aquí lo que me contaron.

¿Por qué no escribirle?, pensé, y conseguí establecer contacto con su hija Begoña a través de la información que obtuve de Rosario Ferrand Bonilla. Pasados unos días recibí por Whatsap lo siguiente:

– Hola Carlos, aunque ya hace tiempo que «somos amigos», no nos habíamos comunicado. Soy tu tía Trinidad  y «amiga» en Facebook.

Sé que mi hija Begoña se puso en contacto contigo y me dijo que te hablara yo, pero, aunque no lo parezca, soy algo tímida.

El caso es que ahora, Charito (Rosario Ferrand Bonilla), me ha dicho que me comunique contigo para que te dé unos datos. Y bueno, aquí estoy para darte la información que quieras, aunque te digo de antemano que, aparte de tímida, soy algo pudorosa con este tema (que no mojigata, ¿eh?). Sé que hoy día no se le da importancia a estas cosas pero… ya sabes: soy de otra época.

En fin, me tienes a tu disposición. Si quieres hablar directamente, me puedes llamar o me dices cuándo te puedo llamar yo. Es que ya sabes lo que pasa aquí con eso de «una hora de menos», que para mí es una hora que tenemos de más, ja jaja. Y si yo puedo llamar, por ejemplo, a las 9 de la noche sé que allí son las 10 y ya no me parece una hora oportuna.

– Trini, buenos días, muchas gracias por contactar conmigo. Como creo que sabes, estoy escribiendo la historia de la familia Ferrand y recientemente he publicado el capítulo dedicado a Manuel Ferrand Rodríguez. Quiero seguir con la vida de sus hijos, y de ti, aunque conozco algo, sé realmente poco. Si estás de acuerdo en que la publique, te pido que me envíes todo lo que quieras, incluidas fotos. Lo que hay publicado hasta la fecha lo puedes ver en ferrand.es.

No hace falta que lo redactes, sólo que cuentes cosas, que ya las redacto yo.  (De este último comentario que le hice, me arrepentí pronto).

–  Hola, Carlos. Perdona por no haber dado señales de vida en estos días, es que he estado liadilla, pero estoy en ello.

Supongo que lo que quieres mayormente es documentación. Yo te puedo enviar mi acta de nacimiento -que la tengo-, no sé si te interesaría la de mi madre -que también la tengo- y tampoco sé si quieres mi acta de matrimonio, aunque eso no lo tengo, pero me casé en Sevilla, el 12 de junio de 1953, a las nueve de la mañana, en la parroquia de San Bartolomé.

Por lo demás, estoy buscando fotos. Es que tengo un problema con los ordenadores: uno ya «se murió» (donde tenía un montón de archivos) y ahora será un poco complicado pasarlos al nuevo. En este caso, habría que sacar el disco duro y todo eso; cosa que yo no sé hacer y no me atrevo aunque me lo expliquen.

Si no se consiguen las fotos así, o tarda más de la cuenta, tendré que mirar en los álbumes y hacer fotos con el móvil. Así que espero que, no tardando mucho, pueda enviarte alguna cosa.

Pero dime, por favor, si son esos documentos los que quieres.

¡Ah! Puede que también quieras los datos de mi descendencia, pero te advierto que es numerosa: tengo nueve hijos, once nietos y ocho bisnietos.

Me sorprendió que una persona de más de 90 años tenga tan buenas relaciones con la informática; que hable de ordenadores, de discos duros, y además, su redacción era impecable. En ese momento decidí cerrar mi libreta, porque Trini me contaría su historia, y yo a vosotros, con sus palabras. Cuando pasen veinte años y yo tenga más de noventa (así lo espero), ¿tendré tan buenas relaciones con la tecnología de esa época? Lo dudo, porque aunque trate de mantenerme al día, ya empiezo a desconectar de algunas cosas: las “criptomonedas”, entre otras. Si busco en Google “Criptomonedas”, leo cosas como esta: “A partir de las criptomonedas han surgido tokens que corren en las mismas blockchain en las que se crean. Un claro ejemplo de estos son los ERC-20, tokens que corren en la red Ethereum. Algunos tokens basados en Ethereum son Chainlink(LINK), Thousand(TSN), Uniswap(UNI), entre otros”. Como comprenderéis, desisto de entender; me rindo.

A Trini le contesté:

–  Buenos días, Trini, gracias por tu interés. Lo que realmente me interesa es la historia de tu familia, y si tiene algunas fotos, mejor, y datos, aunque no estén documentados. Si me dices tu árbol genealógico lo pondré hasta cuando sea posible. Gracias

–  Hola, Carlos. Un saludo cariñoso para que veas que todavía ando en este mundo y de nuevo te pido perdón. Aunque supongo que todo esto te lo tomas con calma (ya llevo tiempo leyéndote) porque, lógicamente, tendrás tus ocupaciones, no es de recibo mi silencio. Bueno, que he estado enredada con médicos, análisis, dentista… Nada de importancia: revisiones de los alifafes de la edad, je je.

El caso es que he estado recopilando cositas. Lo que pasa -no sé si te lo comenté- es que tengo datos en un ordenador que ya no sirve y estoy esperando a que alguien me pase los datos al nuevo. Yo ni sé hacerlo ni me atrevo.  Además, te quería preguntar si quieres que te mande todo por aquí o prefieres el correo. De momento, te voy a incluir ahora unos documentos. Es que he visto que, en algunos casos, los has puesto. Como verás, son el acta de nacimiento de mi madre, la mía y mi acta de matrimonio (la tenía una de mis hijas).

También te incluyo una estampita de la primera comunión para que veas donde la hice.  Imagínate: las cosas del destino. Supongo que todo esto no tendrá ninguna importancia, pero vamos a ver qué puedo contarte.

La primera es de mi madre, con 34 años. Las siguientes son mías, con 14 y 17 años

También, de momento, te pongo unas fotos. Fotos tengo para parar once trenes, pero hay que seleccionar. No todo te interesará.

La primera es de mi madre, con 34 años. Las siguientes son mías, con 14 y 17 años
Y ahí me tienes ya con 90 (octubre 2022) y parte de la familia.
Aquí con 91, la Nochevieja pasada, también con parte de la familia.

En cuanto a la historia de mis padres, poco te puedo contar. No llegué a conocer a mi padre ni a mi hermano Manolo: una lástima. Algo que ahora lamento de verdad, pero sólo fue por culpa mía pues nunca quise preguntarle a mi madre nada. En principio, de pequeñita, me dijeron que mi padre había muerto y yo, lógicamente, lo acepté. Más adelante, me di cuenta (más bien me lo hicieron notar las «bienintencionadas» mamás de mis amiguitas) de que algo raro pasaba con mis apellidos y, aunque fui comprendiendo, nunca le pregunté nada a mi madre porque yo solita me monté una película; creí que para ella había sido algo traumático y no quería remover momentos tristes.

Nada más lejos de la realidad. Me decidí a preguntarle a mi madre rondando ya los cincuenta. Hasta entonces no había sentido ningún interés en conocer mis orígenes, pero, no sé por qué, a esa edad me dio por pensar… Y ella me lo contó todo sin ningún problema. Me dijo que si no lo había hecho antes fue porque yo no le había preguntado. Estaban bastante enamorados, pero fue ella la que se asustó y decidió desaparecer cuando se dio cuenta de que estaba embarazada. Tenía diecinueve años. Era menor de edad y muchas personas le aconsejaban que se lo dijera a mi padre, que él tenía que hacerse cargo… Y precisamente eso es lo que no quería ella: que tuviese que casarse por obligación. Así que se refugió en la casa de una amiga y, al principio, no quería decírselo ni a sus padres.

Después de un tiempo de haber nacido yo, según me contó, no sé si porque recapacitó y se dio cuenta de que para mí también sería lo mejor criarme con un padre y una madre, o porque vio lo difícil que resultaba ser madre soltera en aquellos tiempos, trató de saber algo de mi padre y se enteró de que él se había vuelto  casar. Así que resolvió seguir callada.

Me da la impresión de que nada de esto es lo que te interesaba saber (¿o sí?). Por hoy acabo. En otro momento seguiré con algo más coherente. Y si a ti se te ocurre algo, también puedes preguntarme.

Te deseo lo mejor. Un abrazo.

¡Ah! Para datos también te podría servir lo que ha escrito un amigo nuestro. Se llama Javier Sanchís y es doctor en Historia de México en la Facultad de Filosofía y Letras, que se ofreció para hacernos el árbol genealógico Sariego-Carpintero.

Pero, ya te digo, tú pregúntame lo que quieras. Yo ya iré pensando también qué te puedo contar y buscando alguna foto más si te interesa.

Aquí van ahora los documentos que te dije. Ya los había puesto, pero, sin darme cuenta, había algunos repetidos y lo borré. Espero que ahora salgan bien y por orden

Mi acta de nacimiento
Acta de mi boda
Recordatorio de mi Primera Comunión

– Buenos días, Trini; por fin unas jornadas lluviosas que tanta falta nos hacen. No sabes cómo te agradezco lo que me cuentas, que sí, claro que me interesan. Me da igual que me lo cuentes por ws que yo los iré pasando a «mis apuntes», pero sígueme contando todo lo que se te ocurra sin importar el orden cronológico. Me interesan vuestras vidas en México, tu vuelta a España y tus contactos con la familia de Manolo Ferrand Rodríguez; en fin, todo.

Estoy fuera de Sevilla y cuando vuelva continuaré la historia de Julio Ferrand Bonilla y la de su hermano Manolo, a los que conocí, aunque siendo yo muy joven. La tuya la pondré tras las de ellos, por lo tanto, tenemos tiempo.

Agradecerte todo lo que me puedas mandar donde se mezclen documentos (aunque no son imprescindibles), fotos y tus recuerdos. También me interesan los de tus hijos, a los que supongo interesados en estas historias. En fin, como te he dicho, todo lo que venga a tu memoria y a la de tu familia.

Muchas gracias y un fuerte abrazo.

Buenas noches Carlos. No sé ya cómo pedirte perdón. Y, cada día que pasa, más vergüenza me da. Pero, aunque no te lo creas, te aseguro que todos, todos, todos, todos los días me acuerdo de ti y del compromiso que tengo contigo y lo suelo comentar con quien quiera escucharme, je je. Pero hijo, es que… «tengo una vida muy ajetreada» jajaja.

En serio, mis nueve hijos que vienen y que van… (ahora, con las vacaciones, hasta van y vienen los que viven fuera. No hace mucho estuvo aquí mi nieta mexicana con mi bisnieta, que se acaban de ir… vino el de Granada…)   que me llevan y me traen… médicos…, prácticamente rutinas para revisiones y todo eso, aunque también algunas molestias…

En fin, que siempre te tengo en mi pensamiento y ya me voy a poner a ello sin falta, como tú bien dices, aunque sea para mandarte poquito a poquito cosas y que tú las vayas ordenando  como quieras o como puedas.

Un abrazo fuerte y de nuevo te pido perdón.

El caso es que ayer me puse manos a la obra (aún con el brazo derecho que no se recupera bien desde que se me salió el hombro, y como soy diestra…) y quise pergeñar mi historia empezando por lo que considero el principio de todo: mi abuelo Luis. Es decir, consecuencia de su muerte fue todo lo demás, porque… ¿Y si no hubiese muerto? ¿Se habría ido mi madre a Sevilla? ¿Habría nacido yo en las mismas circunstancias? «Qui sait?»

Continué con mi infancia y adolescencia en Sevilla y  cómo, cuando me casé, estuve viviendo en Bilbao, en Santander y en Madrid.

Y hasta ahí llegué. Después me fui a vivir a México donde nacieron otros tres hijos más y poco te puedo contar.

Pero bueno, ya  que estoy en ello, te lo mandaré con algunas fotos más  y tú sabrás cómo usarlo o no usarlo. 

–  Muchas gracias, Trini. La verdad es que tengo parado el relato, entre otras razones, porque me sometieron a una intervención de vesícula de la que estoy totalmente recuperado, pero te animo a que sigas con él, que me interesa sobremanera. Te llamaré una tarde de estas y hablamos. Muchas gracias por tu esfuerzo. Besos.

– Hola Carlos, pues ahí voy. Y ya que tú has empezado por el abuelo francés (abuelo paterno mío, aunque bisabuelo tuyo) también me gustaría empezar por mi abuelo materno porque de ahí parte todo, según yo.

Mi abuelo se llamaba Luis Carpintero López, era un hombre bueno y trabajador; un hombre preocupado por su familia y la educación de sus hijos. Murió en las minas, en Villanueva del Río y Minas, donde era capataz y hombre de confianza, apreciado por superiores y gente a su cargo, según oí comentar siempre a todos los que lo conocieron.

Y murió tonta o inútilmente ya que él no tenía que haber entrado en las minas cuando dijeron que había peligro de derrumbe, pero, quizá, quiso comprobarlo o dar ánimo y ejemplo a la cuadrilla… no se sabe. Efectivamente, hubo derrumbe y, aunque salió vivo de allí, murió a las pocas horas dejando viuda a mi abuela con 35 años y dos hijas: mi tía Encarna, la mayor, y mi madre con nueve años todavía. Habían tenido más hijos que murieron pequeños.

A mi abuela le dieron una buena indemnización y, como no quería vivir allí para no recordar cosas tristes, se fueron a vivir a Constantina, donde se compró una hermosa casa que daba a dos calles y puso una tiendita, con lo cual, podía haber vivido perfectamente con sus dos hijas. Pero se casó de nuevo y… ahí empezó la debacle. El nuevo marido, Enrique Fernández Ramos, era una especie de señorito de pueblo con 46 años (por algo no se habría casado ya, pues en aquellos tiempos, a esa edad…) y lo de «señorito» no es porque fuese rico, sino todo lo contrario, pero pertenecía a una familia acomodada, venida a menos.

Al poco tiempo de casados se descubrió el pastel: al señorito le gustaba beber. Y en borracheras se fue todo. Y lo peor es que, cuando llegaba borracho, le daba por echar a la calle a mi abuela y las niñas, incluso a la más pequeña, nacida de este matrimonio, mi tía Carmen, diciendo que la casa era suya y «¡fuera todo el mundo!»

En esas noches, solían refugiarse en la casa del médico del pueblo, con cuya esposa había hecho amistad mi abuela. Así que, cuando el médico decidió irse a Sevilla con la familia, le dijeron a mi abuela que podían llevarse a mi madre con ellos para evitarle aquel infierno y que así ella ayudaría a entretener a sus niños pequeños: que sería como de la familia y se preocuparían de que fuera al colegio… Y allá que se fue mi madre, con unos doce años.

Pero las cosas no fueron tal cual, empezando por el colegio; si cuidaba de los niños, poco podía ir al colegio… Y lo peor fue cuando los niños crecieron y eran ellos los que sí iban al colegio. Mi madre ya estorbaba más bien. Echaron a la sirvienta que tenían y era mi madre la que «ayudaba» en la casa y el trato, según me contó mi madre, era bastante diferente. Y eso sin pagarle ni nada, porque «como era de la familia»… Así que mi madre se cansó de malas caras y de abusos y decidió que, para eso, mejor trabajaría en otro sitio donde le pagaran. Y así es cómo fue a parar a Heliópolis, a un chalet cercano a donde vivía mi padre, para cuidar unos niños. Era niñera simplemente, poco les podía enseñar a los niños puesto que ella misma no tenía mucha preparación, pero sí buenos modales y las primeras letras, por lo cual la  llamaban señorita: “la señorita Luisa”. Con esto te quiero decir, porque así me lo contó mi madre, que el trato era bien distinto al de la casa anterior.

Al ser vecinos los dueños de la casa y mi padre, se conocían, claro. Y cuando mi padre se quedó viudo, parece que se encontraba con mi madre por  la calle o plazas, paseando cada cual a sus niños. Los encuentros al principio eran casuales y hablaban de los niños… hasta que se convirtió en algo más.

 Lo que pasó después ya te lo conté anteriormente. Que mi madre se asustó al saber que estaba embarazada y dejó la casa donde trabajaba. Se refugió con una amiga de la familia (que luego sería mi madrina) y no quería que nadie supiera lo de su embarazo: ni su madre, ni mi padre… le decían que él tenía la obligación de responder, que ella era menor de edad, pero la palabra «obligación» era lo que hacía que se mantuviera más firme en su decisión: no quería nada «por obligación».

Y me sacó adelante como pudo, con muchos sacrificio, por supuesto, con la ayuda de mi madrina,  de mi abuela, porque no tuvo más remedio que enterarse, claro; de mi tía… y, en fin, trabajando en lo que podía: en la Pirotecnia, en el Hospital, de cocinera en un hostal… Hasta que pudo alquilar un piso grande y céntrico, donde ella misma puso su pensión.

Mi tía Encarna acabó yéndose a Sevilla también (tenía cuatro años más que mi madre) a trabajar de niñera. Unos años después se fue a Barcelona a un restaurante de cocinera. Los dueños se fueron a Suiza, donde se establecieron y se la llevaron a ella también. Y allí estuvo de cocinera unos 40 años, hasta que se jubiló. Nunca se casó y, al final, se vino a vivir conmigo a Las Palmas y aquí murió, después que mi madre.

 Creo que queda claro que me crié en Sevilla (la familia parece estar equivocada). Estudié primaria y parte del bachillerato -porque no lo terminé- en la Escuela Francesa. Ya te puse una estampita de la primera comunión, que la hice con el grupo de la escuela. La hicimos en la iglesia de Santa Cruz, tan ligada a la familia Ferrand ¡y yo en el limbo!, je je. Ni siquiera tenía idea entonces…

Con seis meses
Con año y medio, en la azotea con mi madre
Con cuatro años
Con cinco años, por la calle Sierpes con mi madre
Siete años  en la Plaza de San Francisco
Con doce años, de nuevo con mi madre por la calle Sierpes.
Con trece años, Plaza Nueva. Un domingo cualquiera, yendo al Tetro San Fernando a “Galas infantiles”

 

15 años. Paseo por la Avenida con amigos y compañeros de la Escuela francesa. Ayuntamiento al fondo.

Mis viajes por entonces eran a Constantina, a Llerena, (en los dos sitios tenía familia) a Marchena porque los maestros de allí eran familia de mi madrina y ella me llevaba; a Chipiona, donde la familia de una amiguita me invitaba a su chalet…Ya se ve que toda mi infancia la pasé en Sevilla.

En Chipiona, con dieciséis años todavía. Allí solíamos hacer esas fiestas o guateques y, a veces, se nos ocurría disfrazarnos. Yo voy de pseudo mexicana, je je. Es que, al estar de vacaciones y ocurrirse la idea de repente, nos teníamos que disfrazar con lo primero que pilláramos. Pero las pongo porque tiene gracia mi disfraz; parece algo premonitorio cuando todavía ni soñaba con que algún día fuese a vivir en México. 

Después de dejar el colegio estuve en una academia, en la plaza de San Francisco, aprendiendo taquigrafía y mecanografía. Así entré a trabajar en las oficinas del hotel Alfonso XIII (entonces Andalucía Palace). Empecé a trabajar en el Hotel a punto de cumplir los dieciséis y ahí conocí al que sería mi marido: José Luis Sariego del Castillo. Él trabajaba en la recepción. Había estudiado Comercio (creo que ahora es Empresariales) y, acabado su Profesorado Mercantil, estaba estudiando Náutica, que era lo que verdaderamente le gustaba. Aparte de inglés y otros idiomas.

En el hotel trabajando
José Luis, aún de novios
José Luis
Un descanso en el jardín del hotel
Caminando por Menéndez y Pelayo

Parque de María Luisa, especialmente la Plaza de España. Todas durante el noviazgo

Una vez terminados los estudios de Náutica,  José Luis tuvo la oportunidad -y la suerte para él- de poder entrar en la Compañía Trasatlántica y decidimos casarnos (aunque yo no estaba tan decidida, sólo de pensar que tenía que estar siempre separada de él…, jeje)
Nos casamos el  12 – 6 – 1953 y poco después me fui a vivir a Bilbao, porque allí era donde permanecía el barco más días.

 A partir de ahí empezó mi peregrinación. Es decir, de no haber salido prácticamente de Sevilla hasta los veinte años, tuve ocasión de visitar y residir en distintos lugares. En primer lugar, ya en el viaje de novios nuestro primer destino fue Madrid, que yo no conocía (Luego estuve residiendo allí).

Madrid, Gran Via edificio Grassy.
Torremolinos. Nada que ver con el Torremolinos de hoy día. Ni sombra de las grandes edificaciones.
En Torremolinos
Granada. Terraza Hotel Alhambra Palace
En Granada, con un primo de José Luis
En Algeciras,  en los jardines del hotel Reina Cristina. Al fondo el Peñón de Gibraltar

 Antes de casarnos y, por supuesto, antes de saber que finalmente José Luis embarcaría, montamos un piso en Sevilla con toda la ilusión del mundo, en Avenida República Argentina, en Los Remedios (creo que ahora se llama así, entonces no tenía ni nombre) con la idea de residir allí una vez casados. Era el primer edificio alto de Sevilla y el único por entonces (ahora voy por allí y me cuesta encontrarlo) así que, después del viaje de novios, estuvimos viviendo en Sevilla unos meses.

Esto es lo que podía ver asomada a la terraza de Los Remedios. Es decir: ni un edificio por ninguna parte. Lo que sí podía ver a lo lejos era San Juan de Aznalfarache, que entonces se consideraba un pueblito y supongo que ahora será un barrio más de Sevilla.

José Luis se incorporó al barco en poco tiempo y yo me quedé algo más para arreglar lo de la mudanza, pero en enero de 1954 ya estaba viviendo en Bilbao, en la calle Pérez Galdós, por Indaucho, ya que era el puerto donde se iniciaban los viajes y donde más días permanecía el barco. Y en Bilbao nacieron mis dos hijas mayores, Trinidad y Begoña. Estuvimos allí tres años.

En el “Covadonga”, navegando de Bilbao a Cádiz
José Luis y yo en el parque de Bilbao con mi hija mayor, Trinidad, y esperando ya a Begoña
Aquí  está Begoña con unos días
Con Trinidad y Begoña ya con 4 meses
Santander, con 23 años y las dos mayores: Trinidad y Begoña

Después de ese tiempo parece que tomaron más importancia las negociaciones (o lo que fuera) que se hacían en Santander, por lo que también allí permanecían atracados cierto tiempo y, teniendo en cuenta que allí las playas estaban en la propia ciudad, igual que el puerto donde atracaba el barco -cosa que no ocurría en Bilbao- y quizá el clima también sería algo mejor sin la contaminación de los Altos Hornos de Bilbao, nos fuimos a vivir a Santander. Y de nuevo allí nacieron otra dos niñas, Mónica y Marisa (María Luisa)

Santander. Nochevieja Hotel Bahía. Mónica en camino
En la primera foto todavía estoy esperando a Marisa, que aparece ya en las otras dos. La señora no es de la familia

 

En sus viajes, a José Luis le ofrecieron dirigir un Hotel en Veracruz que sería el mejor por entonces (ya sabes que cada día son más lujosos) pero todavía estaba en construcción y, aunque su sueño había sido navegar, una vez que lo satisfizo, llegó un momento en que añoraba la vida familiar. Por tanto, no lo pensó demasiado y aceptó.

Mientras terminaban de construir el hotel y nos preparábamos para ir a México, se quedo en tierra pero no estuvo inactivo. Como sabíamos que el hotel no lo construirían de un día para otro, nos fuimos a vivir a Madrid, donde estuvo dirigiendo el Hotel Madrid. Y ahí nació mi primer hijo varón, José Luis Sariego Carpintero.

En Madrid, con las cuatro niñas y el niño en camino
El primer varón, José Luis Jr. con 20 días

 – Querida Trinidad. Acabo de llegar de un viaje y he leído lo que tan maravillosamente escribes. Sólo lo he leído una vez y tengo que leerlo más a fondo para asimilar bien todo lo que me cuentas. Por favor, sigue con tu relato que es impresionante y absolutamente desconocido por mí, y también creo que lo es para gran parte de la familia Ferrand. No voy a quitar ni una coma de lo que escribes. Espero ansiosamente lo que me cuentes de México y tu encuentro con la familia de Manolo Ferrand. Me encantaría conocerte y creo que haré un viaje a Canarias para que nos podamos ver. Un enorme abrazo y ánimo, que lo escribes magníficamente.

– Hola Carlos. Estos días ando algo alborotada por los cumpleaños… Especialmente el mío, je je ¡Un año más!. Este es el de mi nieto Migue, que cumple dos días antes que yo y, prácticamente, acabamos de llegar a casa. Me ha encantado tu mensaje: eres muy amable conmigo, je je.Pero lo que de verdad me ha gustado es lo que dices de que quizás vengas para poder conocernos. Sería una enorme alegría para mí. Un fuerte abrazo.

 – Buenos días, Trinidad. Mi mujer, Elena, se levanta muy temprano para ir al Instituto, donde imparte clases de Lengua y Literatura. Yo, ya jubilado  y liberado por tanto de mis labores docentes (soy catedrático de Física y Química de Educación Secundaria), me suelo levantar con ella, pero hoy lo he hecho antes porque estaba impaciente por leer detenidamente tu relato.

Gran sorpresa, porque lo que yo sabía (así me lo contaron), es que Manuel Ferrand Rodríguez, viudo de Carmen Bonilla Mayorga, tuvo una relación con María Luisa Carpintero que quedó embarazada sin que Manuel lo supiera. María Luisa se fue a Méjico y nació Trinidad, que se casó con José Luis Sariego del Castillo y tuvieron varios hijos (Trinidad, Begoña, Mónica, Mª Luisa, José Luis, Fernando, Jorge, Dolores y Jaime). Un día, Trinidad volvió a Sevilla y visitó a la familia de Manolo Ferrand Rodríguez, manteniendo desde entonces buena amistad.  Trinidad se marchó a Las Palmas donde vive.

Como ves, he puesto los nombres tal como me contaron.

Para escribir tu capítulo necesito que me termines de contar la historia tal como fue.

A finales de esta semana parto para Pamplona, donde mi hija Carmen ha tenido su primer hijo, (Martín). No he podido visitarlos antes porque nació prematuro y ha estado algún tiempo en el hospital en Neonatos. Ya afortunadamente están en su casa y  puedo visitarlos y conocerlo y «achucharlo». Durante el trayecto, que lo haré en tren, y en mi estancia en Pamplona, tendré tiempo para escribir el borrador de tu historia.

Con un gran abrazo y agradecimiento por tu aportación espero que pronto sigamos hablando.

Preciosa la foto familiar que me mandas y me uno a las felicitaciones de tu nieto. Mis abrazos a toda tu familia. Cuídate.

Una pregunta, Trinidad: ¿durante el tiempo de tu permanencia en Sevilla no tuviste ninguna relación con la familia de Manuel Ferrand? Por supuesto que antes de publicarlo te lo enviaré para que le des tu visto bueno. Otro abrazo.

– Buenas noches Carlos. Antes de nada, mis felicitaciones para tu hija y familia por el nuevo miembro, al que le deseo una larga vida con mucha salud igual que a los padres para poder criarlo.

Dicho esto, paso a contestarte.

Comprendo que te haya sorprendido lo que te cuento; ya te dije que la familia estaba equivocada. No sé en qué momento se tergiversó todo, pero, hasta en la biografía de mi hermano Manuel Ferrand publicada por José Luis Rodríguez del Corral,  está escrito así.

– ¿Alguien sabe la verdad? Hablé con Maribel poco antes de fallecer, pero no de esta cuestión. Maribel tenía muchas fotos y quedé con ella y con Pablo Ferrand, pero no nos pudimos ver. En el libro de Rodríguez Del Corral se dicen algunas “mentirijillas”, también referentes a Diógenes.

Y tu madre, ¿sabes si se vieron con posterioridad? Cuando te reencontraste con la familia en Sevilla ¿hablasteis de lo que me cuentas? Por cierto, muchas gracias por tus deseos sobre mi nieto.

Vamos por partes: a quien conocí primero fue a mi hermano Julio. Después a Consuelo, la viuda de Manolo y más tarde tuve ocasión también de conocer a Francisco (Ferrand Sierra) y Teresa (Ponce de León). Pero, como digo, el primero fue Julio y fue a quien le conté todo tal cual fue. Lo que pienso es que, como lo hice el mismo día que me conocieron,  fue demasiada información y sorpresa para un solo día y no lo asimilaron debidamente.  Después, nunca más me preguntaron y como daban por hecho que yo había vivido en México y que había regresado, hicieron su composición de lugar, lo interpretaron a su modo y la cosa quedó así.

Supongo que ellos se lo contaron a los demás y… «así se escribe la Historia». Luego, nadie más me preguntó sobre esto. Bueno, una vez me llamó Maribel, la hija de Julio, y se lo conté de nuevo, pero me estaba llamando desde la calle, mientras caminaba (yo oían ruidos callejero, le pregunté, y me lo confirmó) por lo que pienso que no se enteraría muy bien tampoco. Y, finalmente, a quien también se lo conté fue a Cristina Ferrand McAlister cuando, hace dos años, estuvo aquí y me visitó.

Sobre si tuve relación con mi padre: jamás. No lo llegué a conocer, ni a ningún miembro de la familia hasta que me decidí a dar el paso después de los cincuenta años. Mi madre nunca quiso que él supiera que yo existía por si le daba por querer llevarme a vivir con él.

Cuando se inicia una investigación surgen cosas que, o no se sabían, o se tenía otra versión. Otro día la llamé por teléfono y muy pronto me devolvió la llamada, era la primera vez que nos oímos. Si sorprendido quedé al leerla, igualmente quedé al oírla. Voz firme, pero cariñosa y con un acento que aún mantiene algún tono mexicano y algunos giros preciosos. Además de hablar de cuestiones técnicas para enviar las fotos con buena calidad, ya que por ws pierden mucha, me contó algunas cosas más sobre sus estudios.

 – Hola Carlos.

No he olvidado mi  compromiso contigo. Desde principio de octubre, que vinieron algunos hijos y nietos para mi cumpleaños, he estado liadilla. No sólo con ellos, que eso es una bendición, sino también con médicos…No obstante, procuraré seguir en estos días, ya que yo tendré que ir entre Manolo, el escritor, y Paco.  ¡Antes de que lleguen los que vendrán en Navidad

– Hola, Trini. Gracias por tus comentarios y espero que lo de los médicos sea sólo de «trámites», también estoy liado con ellos.

Es cierto, tu turno es detrás de Manolo, cuya historia estoy terminando y trabajando con Photoshop en las fotos; el texto está terminado, pero quiero que antes de publicarlo lo lea Pablo, que está camino de Suiza con nietos de por medio. De tu historia también estoy pensando el enfoque, ya te contaré.

También vendrán mis hijos y nietos  en Navidades, fiesta que no me gusta, y estaré igualmente liadillo, pero sacaré tiempo porque quiero terminar la historia lo antes posible; llevo mucho tiempo con ella. De Paco poco sé y estoy pendiente de que Teresa algo me cuente. Un abrazo.

Hola Carlos. Perdona si te he retrasado en tu trabajo, que tenías ganas de acabarlo ya, pero las cosas son así.

Lo de las fotos además es que les quiero poner un pie, pero no sé si así podrían mandarse todas juntas de esta manera. Tendré que hacer la prueba.

 Lo que he pensado es mandarte lo que tengo escrito para que tú lo vayas acomodando al formato que le quieres dar y después  intercales las fotos.

– Gracias, Trini. Ya te contaré. Te llamaré ahora a ver si podemos hablar. Acabo de terminar el capítulo de Manolo Ferrand, el escritor como bien lo llamas, y me pongo a escribir la tuya. De tu vida en México, al intuir que fue compleja al tener que criar a tus hijos, cuéntame lo que quieras.

 – Eres un encanto. Pues en un momento te mando el texto. Te lo mandaré por Whatsap, como la otra vez, y así también  me puedes decir si quieres algún dato más.

 Continúo.

 Una vez terminado el Hotel Veracruz (se llamó y se llama, porque sigue existiendo, igual que la ciudad) Jose Luis se marchó para México y también en esta ocasión él se fue primero y yo me quedé con los niños, esperando hasta ver cómo resultaba todo por allá. Él tuvo que organizarlo todo: contratar el personal, dirigir el amueblado, etc. y, una vez puesto en marcha el hotel, se ocupó de buscar la casa para nosotros, buscar colegios… Así que ¡estuvimos dos años separados! Finalmente,  mis cinco hijos, mi madre y yo, embarcamos en el “Virginia de Churruca”,  de la Compañía Trasatlántica (la misma dónde él había navegado, pero en el “Covadonga) rumbo a México.

Salimos de Cádiz a finales de abril de 1963, mientras en Sevilla estaba en su apogeo la feria de ese año y, después de hacer escala en varios puertos de distintos países (Venezuela, Antillas Holandesas, Puerto Rico, Santo Domingo…) llegamos a Veracruz a mediados de mayo.

En Veracruz estuvimos viviendo prácticamente diez años (desde mayo del 63 a octubre del 72) y allí nacieron tres hijos más: Fernando (Nando), Jorge y Dolores (Lola). Podríamos haber vivido en el propio hotel Veracruz, como es costumbre que vivan los directores y su familia (supongo que sigue siendo así) pero consideramos que, con tanta familia, sería más cómodo y conveniente para todos vivir aparte.

Nuestra vida fue normal y tranquila; José Luis en su trabajo y yo en casa dedicada a los niños junto a mi madre.

Tres meses después de nuestra llegada a Veracruz
En «Las Gaviotas». En el penthouse del hotel Veracruz, dos meses antes de la llegada de Nando
Aquí ya aparece Nando, el primer mexicano
¡Y llegó Jorge! Ahí lo tengo, en brazos, con pocos días. 
En una terraza de casa
Con los tres varones recién levantados, después de que las cuatro mayores salieran para el colegio. 
En Las Gaviotas. La dulce espera de Lola
Un  día de piscina. Ahí ya son siete (Lola en camino). De Jorge, que es a quien miramos, sólo se ve un bracito a la derecha.
Época navideña en Veracruz.
Excursión con los ocho a Catemaco y Salto de Eyipantla. Donde Mel Gibson rodó «Apocalypto»
Día de playa

Por entonces, Veracruz era una ciudad apacible donde la mayoría de las familias se conocían. Nada comparado a lo de hoy. Pero ya sabemos que no es cosa de Veracruz, ni de México o América: el mundo entero está convulsionado.

José Luis era feliz con su trabajo. Pasado el tiempo, se tuvo que hacer cargo de un hotel más: el “Hotel Diligencias”, que era de los mismos dueños. Es decir, el trabajo no le faltaba y era muy conocido y estimado por todos. Pero ya sabemos que la tierra tira mucho… Sus hermanos, cuando le escribían, lo animaban a regresar… Por otra parte, aunque los niños iban a colegios regidos por monjas y religiosos, al ver a las niñas adolescentes, se le metió en la cabezaque tenían que estudiar en España, con los valores de nuestra patria. Esto, sobre todo hoy día, se podría comentar y cuestionar…  En fin, que  las dos mayores, Trinidad y Begoña, se vinieron para acá. Las traje yo misma en el 71, dejándolas a cargo de una cuñada. Pero teniendo dos hijas ya en España…

Llegada a casa con Lola, la número 8. Para darnos la bienvenida ¡todos con camisas hawaianas! Cosas de José Luis.

En otra ocasión, la ocurrencia fue que todos teníamos que estar con sombrero.

Belén viviente (Esto es cosa mía)
Marisa de ángel y Mónica de Virgen. Esto es en el colegio. 
Primera Comunión de Marisa y José Luis.

Visita a San Juan de Ulúa. Una fortificación defensiva, planeada por Hernán Cortés  durante la colonización, como defensa contra los piratas corsarios y filibusteros. Fue testigo de la batalla donde, parte de la Armada Española, a las órdenes del general Francisco Luján, venció a la flotilla de los corsarios ingleses al mando de Francis Drake. Posteriormente se convirtió en prisión; una de las más temidas. En sus celdas estuvieron personajes famosos de la Historia mexicana. Algunos de ellos se convirtieron en leyenda, como Chucho el Roto, que logró escaparse varias veces.

Paseo con los ocho, un festivo cualquiera.
José Luis, en la feria del libro, con Trinidad, José Luis Jr. Marisa y Mónica.

Justo enfrente de casa. Trinidad, Begoña, Mónica, Marisa, José Luis, Fernando, Jorge y Lola. Al fondo se ve la isla de Sacrificios.
Hacia la Isla de Sacrificios
La última casa que se ve a la derecha es la nuestra.

En ciertos días, cuando el alboroto de los niños en casa era mayor, contemplaba esta isla desde la terraza y era la isla de mis sueños: me hubiese encantando poderme teletransportar a un lugar tan silencioso y tranquilo.

El nombre se debe a que, en la era mesoamericana, los totonacas la usaban para hacer adoraciones y ceremonias de sacrificios. En 1836, los franceses la usaron como punto estratégico durante la Guerra de los Pasteles. En ella sólo hay un faro y un Obelisco en memoria de los soldados caídos en dicha guerra.

Finalmente, nos vinimos todos en octubre del 72 con muchas ilusiones y proyectos para realizar. Es decir, José Luis tenía en mente tomar un hotelito pequeño, familiar, que lo pudiésemos llevar entre todos, o poner una academia de idiomas… Todo esto en Sevilla. Antes de venirnos ya habíamos comprado dos pisos por el Parque de los Príncipes con la idea de unirlos para vivir en ellos.

El caso es que,  por motivos que no vienen al caso, estos proyectos se quedaron sólo en eso. Pero había que seguir sacando adelante a la familia… Y fue aquí, en Las Palmas, donde, tras unas negociaciones, le dieron la dirección de un hotel recién construido: el “Hotel Waikiki”, en el sur de la isla.  Así que, después de estar viviendo un año en Sevilla, aterrizamos aquí en septiembre de 1973. Pero, esta vez, mi madre no se vino con nosotros, se quedó en Huelva con mi tía Carmen, la hija del segundo matrimonio de mi abuela, que acababa de quedarse viuda. Y aquí, al año siguiente, nació mi hijo Jaime (Jimmy). En total, ya tienes a los nueve.

Llegando a casa con Jimmy, el nº 9
Jimmy con 5 años

Hay una cosa curiosa que se me olvidó comentar cuando hablaba de nuestra vida en México: que estábamos suscritos al “ABC” de Sevilla y a “La Codorniz”. Claro que nos llegaban con una semana de retraso. Pero bueno… Estábamos más o menos al tanto de lo que ocurría en Serva la Bari, je je. En cuanto a La Codorniz, es porque nos encantaba su humor ¿No te parece curioso que sean dos publicaciones donde escribía y colaboraba mi hermano Manolo? ¡Cuántas veces lo leeríamos sin imaginar siquiera los vínculos existentes!

Bien, pues en Las Palmas no iba a ser menos, así que también nos suscribimos a ambas publicaciones. Luego te explico por qué hablo de esto.

Como ya comenté desde el principio, yo nunca le pregunté a mi madre quién era mi padre. Mientras que fui pequeña, creí lo que me dijeron: que había muerto en la guerra. Así que, no había nada que preguntar. Más adelante, como también te comenté, -“gracias a las bienintencionadas mamás de algunas amiguitas”- me fui dando cuenta de que algo raro pasaba. Los apellidos… Aún así, no quise preguntar a mi madre porque pensé que podía ser doloroso para ella; me había hecho una idea bien equivocada de cómo fue todo.

Sin embargo, cuando ya rondaba los cincuenta años, me dio por pensar…

Por desgracia, mi tía Carmen murió en 1981 y yo fui a Huelva para el entierro, pero, sobre todo, para acompañar a mi madre en ese trance. Y fue entonces cuando, pensando quizá en que yo me podría ir también de este mundo sin conocer mis orígenes, le pregunté a mi madre y ella, sin ningún inconveniente, me contó todo tal cual te lo he contado. Si no me dijo nada antes fue porque le pareció que yo no tenía interés en saberlo. Me dio el nombre de mi padre y el de mis hermanos.

Ella se quedó en Huelva y yo regresé a Las Palmas tranquila, sin ánimo de hacer o saber nada más, lo único que se me ocurrió fue buscar sus nombres en la guía telefónica, pero sin ninguna intención.

No obstante,  cuatro años después, en 1985 (por eso te comenté lo de las suscripciones) vi en el ABC de Sevilla la esquela de Manolo. Y entonces sí que empecé a considerar que tenía que hacer algo; no me agradaba la idea de haber perdido un hermano sin haberlo conocido. Pero no fue hasta un año después, 1986, en uno de los viajes que hacía de vez en cuando para ver a mi madre, cuando me decidí…

La cosa fue así: Yo había llegado a Sevilla por la noche y tenía que pernoctar allí. Me quedé en el Hotel Castelar, que era de unos amigos, donde José Luis ya me había reservado habitación desde Las Palmas. El autobús de Damas para Huelva salía a las tres de la tarde del día siguiente. Así que… ese día, me armé de valor. Llamé por teléfono desde una cafetería de la calle García de Vinuesa, donde había desayunado,  a la casa de Julio, más que nada para cerciorarme de que estaba en casa (tenía su teléfono y dirección por la guía telefónica, como dije). Me contestó Rosario y yo pregunté por él. Ella me confundió con alguien y me preguntó a su vez si yo era “la señora del piso”  (?). Le dije que sí para abreviar, je je. Ella fue a avisarle, pero yo colgué y me dirigí a su casa.

Cuando llegué, me abrió Rosario también. Le dije que yo era la persona que había llamado y me hizo pasar con Julio. La verdad es que no tenía preparado nada sobre cómo lo iba a plantear… ¡Uf! ¡Vaya apuro!  Empecé por aclarar que yo no tenía nada que ver con ningún piso y que mi intención al presentarme allí era sólo conocerlo. Se asombró, claro. Le pregunté si le sonaba el nombre de María Luisa Carpintero. Me dijo que sólo le sonaba el apellido Carpintero de un abogado que, justamente, vivía en Mateos Gagos… Continué un poco más con mi diálogo de besugo y, cuando ya no sabía cómo seguir, le dije de sopetón: “Bueno, lo quería conocer porque yo soy su hermana”. Ahí sí que se quedó patidifuso. Y Rosario, que aunque estaba fuera del despacho andaba atenta, entró ojiplática.  En fin, yo les conté lo que me había dicho mi madre y ellos no lo pusieron en duda, aunque no sabían nada del asunto. También les hablé sobre mi vida, sobre México y todo eso…  Me contaron que mi padre ya había muerto, igual que su esposa. Nos despedimos con la idea de vernos en otra ocasión, pero sin concretar. No obstante, cuando volví al hotel para recoger la maleta, me encontré con que habían llamado y dejado un mensaje diciendo que  los volviese a llamar. Así lo hice y quedamos de acuerdo para vernos cuando yo volviera a Sevilla para coger el avión de regreso a Las Palmas.

En este nuevo encuentro me invitaron a comer en un restaurante del parque y seguimos contándonos cosas. A partir de ahí, siempre que pasaba por Sevilla los visitaba y también solíamos hablar por teléfono. Pero sólo veía a Rosario y Julio. Yo no quería incomodar a  nadie y tampoco sabía cómo me podían recibir los demás… Creo que sería dos años más tarde cuando ellos mismos me dijeron que el resto de la familia me quería conocer. Así que me puse en contacto con Consuelo. Y, en una de esas visitas, que precisamente la hice acompañada de mis hijos José Luis y Jimmy, fue Ana Mary la que me preguntó: ¿Todavía no conoces al tío Paco? ¡Vamos a su casa! Y nos metimos en el coche de mi hijo, acompañados también de Lito, y nos presentamos en la casa de Paco los cinco. Conocimos también a su esposa, Tere, y a dos de sus hijos; una de las chicas no estaba. Pero así como a Julio  y Consuelo los vi después con cierta frecuencia, igual que a sus hijos, a Paco y familia, no sé por qué, sólo fue en aquella ocasión, aunque también hablábamos por teléfono para felicitarnos en Navidad y cosas así. Luego Paco falleció…

Pero sí hay algo que me parece interesante: Paco fue el único que, en aquella ocasión, me dijo que él sí había oído algo sobre mí (?).

Con Julio y Rosario, en su casa, mi hija Lola y yo
En el Alcázar con Julio, mi hija Lola y una amiguita
En el Alcázar con Julio
En la Plaza de la Alianza, con mi hermano Julio
El mismo día charlando con Rosario
En la casa de Consuelo con Lito, Consuelo, Susana y sus hijas.
Con Consuelo y Julio Martínez, en la feria
Consuelo agachada, Julio Martínez con chaqueta clara, yo misma, Pablo y Sra. Los demás, amigos de ellos. Aunque al final, hablando, resultó que las tías de la chica rubia, de la familia Laffitte, habían sido compañeras mías de la Escuela Francesa
Esta del mismo día, pero aparece mi hija Mónica con abrigo negro. En esa ocasion Pablo comentó que sus hijas harían la Primera Comunión en breve y me estaba invitando. No pude ir y lo siento. Pero me admiro de que ahora ¡ya lo hayan hecho abuelo!

Para completar un poco nuestra vida de vuelta en España, debo decir que nada fue como habíamos planeado.  Por cuestiones diversas, José Luis dejó el Hotel Waikiki y estuvo dirigiendo el Hotel Pinito del Oro, aquí en la ciudad. Este hotel iba fatal, con un dueño algo mafioso que pensaría que mi marido lo iba a sacar a flote, pero, aunque José Luis puso todo su empeño, no fue así y el hotel quebró, dejando de pagar un montón de sueldos a todo el personal, incluido el director, o sea, José Luis. En nuestro caso, casi un millón de pesetas. Lógicamente, llevaron a juicio al dueño… Como estos procesos suelen ser largos, José Luis prefirió olvidarse de todo, pero supimos que, finalmente, aunque ganaron los empleados, el abogado que los defendió casi se lo llevó todo (¡)

Ya ves, peor imposible. En todo este tiempo, José Luis incluso volvió a navegar; esta vez en el “Monte Toledo”, de la compañía Aznar, un barco nuevo, impresionante. Hacía cruceros: seis meses  Santander-Southampton y otros seis Las Palmas-Southampton. Pero aquí José Luis enfermó (más que nada, creemos que todo era depresión al ver que nada salía como habíamos pensado). El caso es que ya no era el mismo. Por otra parte, mi madre no llegó a venirse a vivir aquí. Yo iba a verla cada vez que podía y ella también nos visitó alguna vez, pero terminó enfermando. Tuvo varios infartos a los que yo acudía enseguida. Estuve bastante tiempo a caballo entre Las Palmas y Huelva; mi marido ingresado algunas veces y otras mi madre…

No lo haré más largo. Finalmente, nos dejaron al mismo tiempo, en 1988 con sólo cinco días de diferencia. Precisamente en estos días ha sido su aniversario; el de José Luis el 27 de noviembre y el de mi madre el 2 de diciembre. Así es la vida.

Como puedes suponer, fue un golpe muy duro para todos. Mis hijos me animaban a que hiciera algo para distraerme; incluso me presenté a unas oposiciones para Hacienda, je je. No quedé muy mal, pero eran muchísimos opositores. Entonces se les ocurrió animarme para que estudiara y me puse manos a la obra. Pero no creas que hice el acceso para mayores: terminé el bachillerato y me presenté a la selectividad (que coincidí ese día con un nieto). Después, hasta me hicieron por esto una entrevista para la tele, je je. Y así fue cómo empecé a estudiar Filología Hispánica. Aunque el primer año me matriculé en todas las asignaturas, me pareció mucho, ya que también tenía que atender la casa. Por tanto, me lo tomé con calma y en los siguientes años me matriculaba sólo de algunas. De esta manera, lo que deberían haber sido cuatro años, se convirtió en algunos más y, al final, coincidimos estudiando lo mismo mi nieta Mónica y yo. Algunas clases las teníamos juntas; nos pasábamos apuntes… a los cursos extras para conseguir créditos, íbamos juntas… Finalmente, hasta  estamos en la misma orla. Ella hizo su doctorado y mil cosas más y es profesora en la Universidad.

Creo que ya te he contado todo lo que te puede interesar y hasta creo que me he pasado con los detalles, pero… así soy yo. ¿Qué le vamos a hacer? Ya tú te encargarás de desbrozar este galimatías tomando sólo lo importante.

Ahora, si te parece, podría empezar con mi descendencia, sin meterme en muchos detalles; sólo lo necesario para el árbol genealógico.

En principio, sabes que son nueve hijos: Trinidad, Begoña, Mónica, Maria Luisa (Marisa), José Luis (Juso), Fernando (Nando) Jorge, Dolores (Lola) y Jaime (Jimmy). Después vienen once nietos y ocho bisnietos.

– Trini, buenos días. Elena, mi tercera mujer, (algo heredé de Julio Ferrand Couchoud), es también Filóloga Hispánica, y permanece en activo en su labor docente. Cuando hoy, que es fiesta en Sevilla, leí tu texto le dije que, por favor, lo leyera; y así lo ha hecho. Cuando terminó de leerlo le pregunté  qué le había parecido. «Emocionante en el fondo, y en la forma maravillosamente escrito», me ha dicho. En el capítulo que escribiré sobre ti no cambiaré nada de lo que escribes; sería incapaz de mejorarlo. Como te dije, no descartamos ir a finales de febrero a pasar unos días a Las Palmas y conocerte. Muchas gracias y un fuerte abrazo.

Muchas gracias por tus palabras. De verdad que sois muy amables.

Me hace mucha ilusión la idea de vuestra venida y poder vernos.  Pero fíjate, hace un rato estaba pensando que, igual que yo te estoy mandando tantas fotos, me podrías mandar tú algunas vuestras para iros conociendo ya. Qué atrevida soy ¿verdad?

  De repente, se me ha ocurrido una cosa. Ya sé que de lo que se trataba aquí era de contar mi vida por pertenecer a la saga de los Ferrand, pero, en mi vida también cuenta ¡y mucho! mi marido. Fueron treinta y cinco años de matrimonio (pocos, en realidad: él murió con sesenta y uno) y son muchos los recuerdos y vivencias. He hablado de él de pasada y queda ahí como una sombra sin personalidad. ¡Nada más lejos de la realidad! Aunque era una persona  tranquila en cuanto al carácter, era dinámico en sus acciones; culto y con muchas aspiraciones intelectuales. Le encantaban leer; los viajes y el mar,  ya quedó claro desde el momento en que se hizo marino; los idiomas… hablaba varios (cualidad que han heredado mis hijos), el último que estaba estudiando era el árabe… Y la Historia. De hecho, publicó un libro sobre Historia de la Marina Española y conservo varios manuscritos, algunos sin terminar.

Como padre, eso fue lo que trató de inculcarles a sus hijos: preparación. Por eso, aparte de los estudios normales, recibieron (mientras se pudo) clases de distintas disciplinas, como pintura, piano, idiomas… Me decía que esa era la mejor herencia que les podíamos dejar.

Y he de decir que mis hijos no nos han defraudado; supieron aprovechar esa base, la desarrollaron y ampliaron. Y hoy día, lo que cada cual ha conseguido, se lo debe a su propio esfuerzo.

Lo siento, pero tenía que rendirle este pequeño homenaje.

Como parece que te interesa mi vida en la actualidad, te diré que, últimamente, muy tranquila, si, obviamente,  no tenemos en cuenta los jaleillos de hijos y nietos que vienen y van, los médicos… el fisioterapeuta que viene a casa… Pero bueno, esto entra en el orden de la normalidad. Lo que quiero decir es que: ¡se acabaron mis viajes!. Porque, si bien viajé algo con mi marido,  también después he viajado bastante con mis hijo. Ellos aún me animan a hacerlo, aunque sea a Huelva para ver a mi nieto Jose.  Y Marisa me propone… ¡ir a México! Pero ya no me encuentro con fuerzas… Aunque, hasta el verano antes de la pandemia, con taca-taca y todo, me atreví a ir a San Sebastián. Y con dicho bártulo estuve los años anteriores en Alemania y al siguiente en Austria. Pero no; ahora ya sería un milagro. 

Prácticamente, después de que me faltara José Luis, esa fue mi vida. Los estudios, la casa y viajar. Ahora todo es  mucho más tranquilo, pero no por eso aburrido. Yo nunca me aburro. Y eso que, aunque siempre me gustó mucho leer, ya leo poco o nada. Con la tele tengo suficiente, je je.

Como digo, las visitas de mis hijos no me faltan, y a mis nietos y bisnietos los veo con frecuencia. ¡Estos son los que verdaderamente me dan vida! Es admirable ver cómo crecen y evolucionan: cada vez que los veo me sorprenden con sus expresiones, su inteligencia… ¡Es una gozada!

Y ahora, justamente, entusiasmada con esto. Por fin, gracias a ti, les voy a dar una alegría a algunos de mis  nietos que siempre me estaban pidiendo que les contase mi vida.

De mi 92 cumpleaños. De los que están de pie el primero de la izquierda es mi hijo Nando; el de la camisa amarilla es mi nieto Manolo, que es médico y mexicano, pero hizo el MIR y la residencia en  España y ejerce aquí. A su lado está mi hija Marisa, que es su madre. La que asoma la cabeza es Begoña; delante de ella esta Carlos, su marido. La de rojo es mi hija Mónica y a su lado está su nuera, Svetlana, de Bielorrusia; a continuación mi nieto Migue, hijo de Mónica y esposo de Svetlana; a su lado mi yerno Miguel, marido de Mónica. Y sentada, a la izquierda es Karla, boliviana, la mujer de mi hijo Jimmy y, agachada a mi lado, mi nieta Patty, italiana, hija de mi hija Trinidad.

Este es el montaje que hizo mi hija Lola hace dos años, cuando cumplí los noventa. Las fotos no son de las mejores  (hay  varias de las que  te he mandado a ti) porque todo lo hizo a escondidas; buscando fotos representativas de cada edad, más o menos. También hizo una broma e intercaló fotos de actores, turcos sobre todo, porque son las telenovelas que están ahora de moda, jajaja.

 Al final, están un montón de de sobrinos, tanto de la familia Ferránd como Sariego. Están Consuelo, Guillermo, Ana Mary, Pablo… incluso aparece Cristina McAllister en el grupo con Susana, Charito…  Cuando puedas lo ves con calma. Es una bobada, pero bueno…

 

Cumpleaños de mi nieto Jose (médico también) con parte de la familia
Con 1ª bisnieta, Anea. A mi lado, agachado, mi nieto Jose. De pie, mi hijo Nando y Sara (su mujer) Begoña, su hijo Jaime y Nina, padres de la niña y Carlos, marido de Begoña
Con 5 de los nietos: Migue,  Manolo, Alicia, Carli y Jose.
Cuando me invaden la casa
Delante con Begoña, Mónica, asoma Jorge, Marisa y Lola. Detrás, José Luis, Jimmy y Nando
Lola con Jaime y Carly, hijos de Begoña.
Entrevista para televisión
Familia Mcalister en Las Palmas
Milán, con Trinidad y mi nieta Patty
Feria Club Varadero. Las Palmas
Feria de abril en Club Náutico. Las Palmas
Los 9 !Y ya crecieron!
Mi orla
Doctorado de mi nieta Mónica. Miguel  (yerno), nieta Mónica, hijas Mónica y Begoña. Agachados yerno Carlos y nieto José Luis
Es mi nieta Mónica
 Mónica y su hermano Migue, hijos de mi hija Mónica

Ahí nos tienes en la misma orla a mi nieta y a mí. Ella está en la penúltima fila, la segunda por la izquierda (la foto no le hace favor, desde luego, je je). Yo estoy en medio del grupo de tres que está a la derecha

El 18 de marzo de 2025, a las 2 am, falleció Trinidad Carpintero González pocos días después de la publicación de este capítulo a ella dedicado. 

El siguiente capítulo estará dedicado a Francisco Ferrand Sierra (Tío Paco). Allí espero veros.

Salud y Paz.