Capítulo 13.- Parte de la Historia de España en la que vivió Julio Ferrand
Castillo de Segura de la Sierra
Dejamos atrás Úbeda, nos acercábamos a Villacarrillo. El mar verde de olivas sobre la tierra blanquecina de la Sierra de Las Villas daría paso, tras cruzar La Puerta de Segura, a una tierra rojiza, férrica: entrábamos en la Sierra de Segura. Al fondo, majestuosa, se divisaba Segura de la Sierra y presidiendo el paisaje, su Castillo. Se oye el eco de la voz de Isabel La Católica diciendo: “Aquí me siento segura”. Y no era para menos, ella estaba “casi” en Castilla, en la Castilla de Andalucía, como dicen algunos. Al otro lado del Pantano del Tranco, la Sierra de Cazorla.
Por motivos familiares me dirigía a Torres de Albanchez, donde al igual que el marinero dice “la Mar” por ser ésta quien le da sustento, los “torreños”, como todos los habitantes de la zona, llaman “oliva” y no olivo, como se le conoce en otras tierras, al árbol donde nacen las aceitunas porque también las “Olivas” son el sustento de sus vidas. Cuando visito, digamos Madrid, y disfrutando de un vermut, oigo decir: “… ponme unas olivas”, no puedo disimular una sonrisa porque me imagino al camarero trayendo varios árboles al hombro para satisfacer al cliente (cosas mías).
Divisamos el pueblo que, serpenteando una colina, se extiende a los pies de los restos de un castillo árabe. Habíamos llegado a casa.
La familia de Elena, mi mujer, con la que voy a pasar unos días este verano, creció no en Torres de Albanchez, sino, como otros muchos, en “un cortijo” llamado “La Fonfría” (Fuenfría para algunos y Fuente Fría para los mapas). Siempre que visitamos el pueblo pasamos allí una tarde y disfrutamos de un buen cordero segureño, de la tortilla de patatas que Clara, la madre de Elena, cocina con arte mágico y de un salmorejo que Santi, la mujer de Pedro, otro hermano de la familia Herreros, prepara con igual arte. Todo ello regado con un buen vino que Juan, el marido de Lucrecia, la mayor de los hermanos Herreros, siempre nos ofrece.
Torre de Albanchez
Desde lo que fue una ventana, se ve el solar donde se ubicaba la casa de «Los Herreros»
La plaza de la Iglesia
Pasados los años, “el abuelito y la abuelita” se trasladaron al pueblo y compraron una casa frente a la iglesia que, tras las adaptaciones necesarias, se repartieron los herederos y que hoy son viviendas de dos de los Herreros, los hijos de “La Matea”, “la abuelita”, como a ella se refiere la familia. Todos los días, al atardecer, en la explanada que da entrada a ambas viviendas, se sacan las butacas y se habla “tomando el fresco” de todo lo que sucedió, sucede, sucederá o podría haber sucedido. Tal es el caso de Mateo López Herreros, quien se marchó para hacer las Américas (igual que lo hará un hijo de Julio Ferrand) y un día, allá por el comienzo de los sesenta, se recibió un escrito en el Ayuntamiento en el que, por motivos de una herencia se preguntaba por su familia y de cómo, desde esa instancia, se contestó que tal señor no era conocido en Torres, estando paradójicamente su familia en la acera de enfrente.
De la existencia de ese escrito se tuvo constancia verbal al pasar los años. De cómo otro familiar está desaparecido desde la sublevación armada del 36 y la única noticia que se tiene es que en el 37 estaba en el batallón…
Si lo que escribo no fuese la introducción de lo que sigue, podría hacerlo sobre la historia de esa familia y resultaría, sin duda, muy ilustrativa para conocer la vida en la España de la guerra y posguerra en un pequeño pueblo de la Sierra de Segura.
La plaza ha sido objeto de tantas transformaciones casi como alcaldes ha tenido la localidad. Si un regidor plantaba árboles, el siguiente los talaba y si uno ponía una pérgola, esta se mantenía hasta que otro la suprimiera. Os pongo algunas de esas transformaciones:
Tres fotos de lo que fue la plaza de la Iglesia. Una de las cosas que más me sorprendieron del pueblo fue la falta de rigor arquitectónico para mantener su identidad. No se trata de no poder hacer edificios correspondientes a los tiempos en los que se realizan las reformas, pero creo que se deben hacer sin romper la estética. Creo que los azulejos tipo «cuarto de baño» sobran en las fachadas de las casas. El pueblo tenía un gran potencial, pero no ha sido aprovechado.
Había una magnífica escalera que subía a la casa del Maestrazgo, el mejor edificio del pueblo, que fue derribada para hacer la puerta de un garaje; y así, otros muchos despropósitos.
Sin duda, una de las características del pueblo es la cantidad de «cortijos» que hay a su alrededor. Esos cortijos eran agrupaciones de casas en las cuales se vivía permanentemente o bien sólo en época de la recoleccion de la aceituna, tenían sus huertas y sus habitantes vivían bajo una economía de autoabastecimiento. Recibían visitas de los vendedores manchegos y de Albacete y lo común era el trueque. Traían quesos, melones y otros productos y se llevaban aceite, que era casi lo único que producía la zona. «Los Maridos», «las Mujeres, «La Fonfría» eran algunos de ellos.
El que mejor conozco y el que para mí es el más bonito es «La Fonfría», no sólo porque allí vivió la familia de Elena, mi mujer, sino por lo esplendido de los caminos que de ella salen. Pinos y olivas, que no olivos, comparten el espacio y desde allí se ven magníficas vistas de la aldea con la sierra al fondo. Agua de manantiales se recoge en una alberca que, en tiempos, servía como piscina y para regar los huertos. Siempre que visitamos el pueblo vamos allí a merendar con la familia.
Os pongo varias fotos en las que se puede ver, e incluso «sentir» su belleza.
La Fonfría desde los caminos
La Fonfría, donde vivieron «Los Herreros»
Una de esas tardes le conté a Pedro, (el mayor de los hijos de Santi, la del salmorejo, la mujer de Pedro, el segundo de los Herreros), la investigación sobre mis orígenes familiares y la necesidad que tenía de enmarcar al personaje, el ingeniero Ferrand, en el contexto socio-político de España en la segunda mitad del siglo XIX. Dada su condición de Licenciado en Historia y de mi ignorancia, bien pertrechados y bajo la noguera con la música de fondo del agua de la fuente que da nombre al lugar, hablamos sobre ese periodo histórico; más bien habló él, contestando a las preguntas acerca de las que yo necesitaba explicación. Tanto fue así, que se ofreció a recopilar sus apuntes y a facilitármelos. Ahí os dejo su aportación porque me parece interesante que conozcamos nuestra historia. Que la disfrutéis.
Primera Parte
La construcción del estado liberal y primeros intentos democratizadores en la España del siglo XIX
Segunda Parte
Transformaciones agrarias y proceso de industrialización en la España del siglo XIX
Tercera Parte
La restauración borbónica y el Sistema Canovista
Cuarta Parte
La caída del imperio colonial y la crisis del 98
Quinta Parte
La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)
Sexta parte
Evolución política y social de la II República
Séptima Parte
La Guerra Civil Española
Octava Parte.
La Dictadura de Francisco Franco
Novena Parte
La transición hacia la democracia
En la versión impresa de este capítulo no se tiene acceso al contenido de las partes anteriores. Para ello, hay que ver el capítulo desde aquí, desde la web.
En el siguiente iremos al «Paseo de la Libertad». Allí, si es vuestro deseo, os veré.
Gracias por leerme.
Salud y Paz