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Julio Ferrand Bonilla, Manuel Ferrand Bonilla, José Ferrand Bonilla, Trinodad y Francisco Ferrand Sierra.

EL TREN Y EL AGUA.

Su abuelo el tren, y ellos, padre e hijo, el agua

JULIO FERRAND BONILLA

 Otra vez el tren y por fin el agua, pero esta vez camino de Pamplona. Parece que la lluvia, después de un periodo de sequía, vuelve a estas tierras. Lluvia tan deseada como lo fue para los habitantes de muchas localidades, el abastecimiento del agua cuyas obras la realizó la empresa de Manuel Ferrand y su hijo Julio.

Se funden dos necesidades básicas para nosotros: el tren y el agua (en otras latitudes elementos de lujo) y para facilitar esas necesidades Julio Ferrand Couchoud trajo el tren y su hijo y su nieto, Manuel y Julio, el agua.

En los capítulos que llevo escrito he buscado documentos, fotos y en algunos casos recuerdos, pero nada de eso hubiera servido sin contar con múltiples aportaciones de los más cercanos a los personajes descrito. En este caso fueron Maribel y  Rosario Ferrand Muro, hijas de Julio y Rosario, las que me aportan los datos para construir la historia que sigue.

Escribo estas líneas al llegar del funeral de Maribel Ferrand Muro. Hace pocos días me puse en contacto con ella para que me autorizara, y así lo hizo, la utilización de fotos y comentarios que, con un lenguaje casi infantil, escribió en 15 capítulos parte de la historia de su familia y de sus hermanas. Quedamos en vernos en su casa junto con Pablo Ferrand Augustín, nuestro primo, para escanear fotos que tenía, pero se fue otra “biblioteca”. Siempre mi agradecimiento.

Con Rosario, la menor de las tres hijas de Julio Ferrand y Rosario Muro, me puse en contacto también y me envió una semblanza muy completa de su padre, Julio Ferrand Bonilla, que sin retoque es la presento.

Me escribe Rosario:

Julio Ferrand Bonilla, mi padre.

 Julio Ferrand Bonilla, primer hijo de Manuel Ferrand Rodríguez y Carmen Bonilla Mayorga, nace en Sevilla el 6 de febrero de 1923. Posiblemente el hecho de haber quedado huérfano de madre a los seis años de edad y haber pasado su niñez y parte de su juventud en el barrio de Nervión, que por aquel entonces estaba poco poblado y permitía jugar libremente en la calle, marcó desde temprano un carácter responsable, jovial y muy sociable.

 Mi madre me contaba que él y sus amigos del colegio jugaban mucho en la calle. Uno de sus juegos eran “los huesos“(de damascos). Se jugaba poniendo líneas en el suelo y ganaba el que tirara el hueso más cerca. Y si no, haciendo agujeros en una caja de cartón, a ver quién colaba más. (Igualitos que los videojuegos actuales…).

Como había muchos solares podían jugar al fútbol y a la bicicleta (que tenían muy pocos por cuestiones económicas). Así que hacían turno para dar la vuelta a la manzana. Mi padre se ponía también en la cola, aunque una de las bicis fuera suya.

Fue muy buen estudiante y una vez terminado el bachillerato, en 1940 cursó magisterio en enseñanza libre, simultaneándolo con el primer curso de Derecho. En 1945 obtuvo su licenciatura en estos estudios, y continuó el doctorado terminándolo en 1949. Ejerció poco tiempo, pues, aunque creía en la justicia, comprendía que no siempre podía ser justa y esto le creaba graves problemas éticos.

 Muchas veces me contó que su auténtica vocación habría sido ser piloto, marino o ferroviario. Inteligencia y capacidad no le faltaban, pero en ocasiones la vida te lleva por otros derroteros y tuvo que encapsular sus sueños en tres bonitas colecciones que fue mimando  toda su vida. Recuerdo perfectamente esos grandes álbumes que tenían rotulado en su exterior tres nombres: «trenes», «aviones» y «barcos”. Allí fue recopilando con cariño recortes, fotos, artículos de prensa ó cualquier cosa referida a sus pasiones.

 Finalmente decidió trabajar en la empresa familiar, “FECONSA”, acompañando y ayudando a su padre. Cosa que era bastante normal en aquellos tiempos. Pero lo hizo siempre con responsabilidad y agrado.

 Sin nuestro bisabuelo Julio trajo el ferrocarril a España, podríamos decir que mi abuelo y mi padre llevaron agua a muchísimos pueblos de Andalucía, muchísimos. De lo cual me siento muy orgullosa.

 Conoció a mi madre, Rosario Muro Huete, en la facultad. Tenían entonces 20 años. Habían nacido sólo con unas horas de diferencia y los dos eran huérfanos desde los seis años, mi padre de madre y mi madre de padre. Parece como si la vida los hubiera preparado desde siempre para estar juntos.

 Se casaron seis años más tarde. El 28 de mayo de 1949.

 Muchísimos años después mi madre le hizo un fotomontaje precioso (nada de Photoshop, que no existía en aquel entonces). Dos fotos, la gran visión compositiva de mi madre, unas tijeras y muchísimo cariño

En la dedicatoria pone: «unidos antes de conocernos».

 Tuvieron tres hijas: María Reyes, Maribel y Rosario (yo). Dos años antes de mi nacimiento, en 1957, nació nuestro precioso hermano Manolito. Era síndrome de Down y vivió solo un año.

Tuvieron también varios abortos. Por aquel entonces aún no se conocía el RH y luego se pensó que posiblemente esa fuera la causa. Quizás si no hubiera sido por esta circunstancia nosotros también habríamos sido familia numerosa, como parece ser costumbre de los Ferrand.

 Mis padres no podían ser más distintos, pero se amaron con un amor a prueba de todo hasta los últimos días de sus vidas. Murieron con cuatro meses de diferencia. También en esto estuvieron unidos.

 Personas profundamente religiosas, pero no con una fe ñoña, de palabrería o de preceptos.

Nada de eso, eran ejemplos diarios con sus vidas y lo fueron hasta la muerte. De jóvenes pertenecieron a Acción Católica. Ya de adulto mi padre estuvo toda su vida en Cursillos de Cristiandad. Mi padre se acordaba de que su madre (aunque murió cuando él tenía solo seis años), le enseñó a rezar y le puso una medallita de la virgen Milagrosa (de la que era muy devota) y que llevó siempre hasta que se impuso el escapulario del Carmen, y se puso su medalla que es la que llevó puesta hasta su muerte.

 Vivían una vida de compromiso, ofreciendo su tiempo y su dinero, el que podían y a veces más del que podían, procurando que no se supiera. Yo empecé a conocer de su gran generosidad cuando ya era muy mayor y empecé a llevar las cuentas de la casa. Muy amigo de sus amigos. Mi padre era muy sociable.

 Implicado en su hermandad, “Santa Cruz”, y muy devoto y hermano también del “Gran Poder”. Fue vicepresidente del círculo mercantil cuando Vicente del Pueblo era el presidente.

 Gran melómano, lo recuerdo en su sillón escuchando música. Tenía una gran cantidad de discos, posteriormente de cintas de casetes y por último también CDs.

Muchas veces, cuando le hacíamos algún regalo, cogíamos la larga lista para comprarle alguno que no tuviera, era complicado. Todos muy ordenados, eso sí. Porque mi padre era increíblemente ordenado. Clasificados con separadores que anunciaban el tipo de música que venían a continuación: clásica, ópera, Zarzuela… Y todos metidos en cajas, perfectamente apiladas y rotuladas. Pero no vayas a pensar que por aquel entonces había cajas como las que ahora podemos encontrarnos fácilmente para dentro de los armarios. Qué va. Siempre guardábamos cualquier caja que fuera un poco fuerte y que pudiera servir y encajar con las otras que ya había ó sustituirlas, ya fueran de calcetines o galletas.

Tenía todo mucho encanto.

 Otra de sus grandes aficiones era la fotografía.

Era muy amigo de Hipólito, un señor que durante muchos años fue el único que arreglaba cámaras fotográficas en Sevilla. Mi padre le consiguió el sitio para su taller, nada menos que una torre del Alcázar, precisamente la que está en la plaza de la Alianza frente de nuestra casa.

Cuando Hipólito conseguía una buena cámara a buen precio se lo decía a mi padre por si se la podía comprar. Así mi padre llegó a tener unas buenas máquinas, objetivos y teleobjetivos, que hoy tengo yo que soy la que más ha heredado esta afición suya.

 Lo recuerdo muchísimas veces con la cámara en las manos. Y después pasándose horas y horas, ordenando las fotos y pegándolas en los álbumes. Las clasificaba por temáticas: paisajes, castillo, flores, familia… Incluso de algunas tenía subcategorías: A para las mejores, B y C (que eran las que a mí me gustaban más, sobre todo si eran de nosotras, porque aunque fueran las más malas eran muy naturales y divertidas). Hacía buenas fotos. Además de las familiares, tengo dos álbumes maravillosos de las fotos de las obras de abastecimiento de agua que iban haciendo por los pueblos.

 Muy aficionado también a la lectura, tenía una buena biblioteca pero muy poquito tiempo porque trabajaba mucho. Siempre decía que esperaba con ganas la jubilación para poder leer, pero cuando se jubiló como llevaba ya muchos años siendo diabético, veía muy poquito y no podía leer. Pero mi padre tenía muy buen conformar y no se quejaba.

En los últimos años mis hermanas y yo le leíamos a ratos y posteriormente yo descubrí los maravillosos audiolibros. Escuchó muchísimos de ellos.

 Lo de gustarle las colecciones creo que también es muy Ferrand. Tenía una maravillosa de minerales, que metía en cajitas forradas de azul para que se vieran mejor. Yo muchas veces llevaba la lista de los que tenía y le compraba alguno nuevo, diciéndole que aumentaba «nuestra colección». Como curiosidad tenía incluso una colección de postales de Vírgenes Patronas de los pueblos de España, que les mandaban sus amigos.

 Le encantaba viajar, y aunque lo hizo menos de lo que le hubiera gustado, aprovechaba cualquier oportunidad. Aunque fuera a un pueblo de por aquí cerca para ver la nueva estación de tren, o montarse en el primer viaje del metro de Sevilla.

 Era una persona muy culta. Le encantaba la Historia y el Arte y era muy buen orador.

 Hago aquí un paréntesis para recordar a mi tío Manolo, que también lo era.

Tuve la suerte de, que además de que él y su primera mujer, Encarnita, fueran mis padrinos, tenerlo un año de profesor de Historia del Arte en Bellas Artes. Sus clases eran maravillosas.

 Pero volviendo a mi padre, me encantaba cuando le preguntaba por cualquier periodo de la historia y me lo contaba tan bien. Alucinaba de su buena memoria. A mí al rato ya se me había olvidado pero él lo recordaba todo siempre.

 Le encantaba la vida, todo le producía asombro y curiosidad.

Recuerdo que a veces viendo un documental de lo que fuera (por ejemplo, de una cápsula espacial), me decía: «¿cómo harán eso?».» yo que sé, papá, no tengo ni idea» le contestaba, pero lo que más me admiraba era que se hiciera la pregunta, porque se la hacía sinceramente.

Hasta la última semana antes de su fallecimiento estuvo escuchando podcast que yo le buscaba de los temas más diverso.

 Pero lo que más le caracterizaba era su buen carácter y su sonrisa perenne. No sé si es una característica de los Ferrand, pero sí recuerdo que cuando íbamos a ver a tu abuela y a tu tía (tía Adela y tía Alejandrina para él).

 Y permíteme aquí abrir un nuevo paréntesis. Una de las cosas de su casa que me acuerdo eran dos impresionantes bustos del escultor Coullout Valera, no te puedes ni imaginar lo orgullosa que me sentía cuando estudiaba escultura en Bellas Artes de que tan gran artista hubiera sido amigo y huésped de nuestro bisabuelo (sabes dónde están en la actualidad?).

 Pero volviendo a Alejandrina y Adela, mi padre siempre decía que eran maravillosas las dos. Pero especialmente Adela. Jamás hablaba mal de nadie, siempre tenía una buena palabra y una sonrisa para los demás. Pues de esta manera definiría yo también a mi padre.

 Y fue así también en la vejez. Posiblemente porque había cultivado ese carácter desde siempre. Quizás esa medallita de la Milagrosa que le puso su madre (te pongo la foto, verás que está muy gastada porque no se la quitó nunca hasta que, como te comenté, se impuso el escapulario del Carmen y llevo su medalla hasta su fallecimiento) seguramente también la Fe con la que su madre le enseñó a rezar (una de las pocas cosas que él recordaba de ella), pero por seguro, una Fe que, junto con mi madre, fueron cultivando cada día.

 Para mí fue impresionante ver como asumieron esa etapa. Cada uno a su manera. Tuve la impresión de estar viviendo con dos Santos. Mi padre sabía que se moría cuando se le reproduzco cáncer de lengua del que le habían operado el año anterior. Un día me dijo: «Dios nos lo da y Dios nos lo quita, pero a mí en esta época me lo ha quitado todo, sin embargo nunca me he sentido más unido a Ėl». Su mayor regalo y mi mayor herencia fue estar a su lado y que me hicieran partícipe de ese Amor.

 Mi padre falleció el 27 de Abril de 2017. A los 94 años de edad.

 Mi madre falleció cuatro meses después, el 23 de Agosto de 2017. A los 94 años de edad.”

 Le agradecí a Rosario su aportación a esta historia y le aclaré que los bustos a los que se refería eran de Susillo (el de Julio Ferrand Couchoud) y de Coullaut Valera (el de su mujer, Ana López Díaz), que el primero estaba en casa de mi hermano Julio y el de Ana en casa de mi hermana Adelaida; ambos cuidados con sumo cariño. Yo a veces los visitos y en algunos casos he mantenido un diálogo con ellos para ver si me resuelven algunas dudas; de momento, sin éxito.

Os presento algunas fotos que he recibido de la familia.