Capítulo 28. Manuel Ferrand Bonilla
En estos años he leído todo lo que encontraba a cinco leguas a la redonda y esto es lo mejor: he encontrado a muchas personas, familiares incluidos, que me han ilustrado y animado a continuar la obra. Desgraciadamente muchos ya no están y lamento profundamente, no sólo sus pérdidas, sino todo lo que nos hubieran podido contar.
Curiosamente, cada vez que preparo un viaje en tren se reaviva el gusanillo y me animo a acercarme a un personaje del que aún no había hablado, o si lo había hecho había sido de manera muy tangencial; hoy me pasa lo mismo. Viajo en el tren que me llevará a Pamplona, donde conoceré a mi nieto Martín, que acaba de nacer, y que es el primer hijo de mi hija Carmen, que allí vive y trabaja.
Fue Manuel Ferrand Bonilla, hijo de Manuel Ferrand Rodríguez y nieto, por tanto, de Julio Ferrand Couchoud. Tuvo el padre cinco hijos, mejor dicho, cuatro hijos y una hija: Julio, Manolo, Tomás, Paco y Trinidad. A esta última le dedicaré el último capítulo de esta historia.
Empecemos con Manuel Ferrand Bonilla.
Nace Manolo en 1925 en la calle Rodrigo Caro del sevillano barrio de Santa Cruz. Sí lo conocí, aunque era 25 años mayor que yo, porque era, además de primo, muy amigo de mi padre, que nació en 1919. Al pasar los años fueron cercanos vecinos de Los Remedios. También eran socios del “Labradores”, donde tenían frecuentes encuentros a algunos de los cuales yo asistía. Conversaban sobre todo, pero de él sólo recuerdo “su sonrisa”. En 1968 gana el “Premio Planeta” convirtiéndose en el primer sevillano, y de momento el único, en recibir tal galardón. Yo contaba 18 años y mi padre me encargó imperiosamente que le consiguiera un ejemplar de la obra, cosa que lo antes posible cumplí y pude leer por primera vez “Con la noche a Cuesta”; pero insisto, lo que más recuerdo es su sonrisa.
Cayó en mis manos el libro de José Luis Rodríguez del Corral titulado “Memoria y Fábula de Manuel Ferrand”, que me ha servido como hilo conductor de la historia que, hoy, octubre de 2024, empiezo con la intención de resumir lo que se dice en el mismo y os animo a que lo leáis.
Tras el prólogo, que escribe Francisco Márquez Villanueva, sigue otro prólogo familiar en el que se narra el devenir de la familia y que contiene algunas inexactitudes que ya aclararé cuando hable de Trinidad Carpintero; no os impacientéis, que todo llegará.
En nuestra cultura el tiempo es discontinuo, marcado por el “tic-tac” de un reloj, por los minutos, horas y días, meses y años; por las campanadas del reloj de las iglesias. Sin embargo, para Manolo en su infancia, al igual que para otras culturas, el tiempo era casi continuo, marcado sólo por la noche y el día, ya que no salió de su casa durante meses, aunque oyera a sus hermanos y amigos jugar en el exterior; estaba enfermo. La fiebre de Malta lo atacó y los días los pasaba dibujando, leyendo TBOs e imaginando el exterior. Creaba sus propios personajes y algunos de ellos los utilizó en su vida profesional. “Tic” fue uno de ellos y en su colaboración en “La Codorniz”, con él firmaba muchos artículos.
Su tía Luisa lo cuidaba; su madre falleció cuando él era muy niño. Cuando vence a la enfermedad y puede salir a jugar con su hermano y amigos, es un niño que tiene curiosidad por todo lo que había imaginado y en él empieza a echar raíces lo que en el futuro será su vida: las plantas, los jardines, las estrellas, Sevilla y mil cosas más, y en su rostro aparece lo que casi nunca lo dejará: su sonrisa.
Pasan los años, pero dejemos que el autor del libro referenciado nos cuente.
“Como buen nieto de francés, Manuel Ferrand Bonilla vino al mundo un 14 de julio, el de 1925, cuando la “belle époque” se encaminaba bailando a la ruina. Los que nacieron en los felices 20 crecieron en un mundo lleno de guerras y destrucción. España se anticipó a la “déblaque” europea y esa generación de españoles demasiado jóvenes para combatir, adolescente en los años 40, tuvo que formarse en un medio hostil al conocimiento y a la alegría, temeroso de la arbitraria autoridad. El país entero era una gran fosa común en la que estaban enterrados con los fallecidos en la contienda las vidas de los que habían sobrevivido y los anhelos e ilusiones de los que empezaban a vivir. Un ambiente, por decirlo en palabras de Ferrand, “desolador e increíble». El país empequeñeció a ojos vista en recursos y aspiraciones, hasta en la encogida estatura de la gente. Con todo, se adaptaron y fueron saliendo a delante, abriendo poco a poco ventanas por las que entraran en la lóbrega península algún rayo de luz. En Europa también pintaban basto, pero allí al menos, acabada la guerra, empezaron a respirarse aires nuevos, incluso en Alemania o Italia. En España la regresión parecía interminable”.
Si habéis leído el capítulo que le dediqué a su padre, Manuel Ferrand Rodríguez, recordaréis que se construyó un chalet en el barrio de Nervión que, por su altura, tenía fama de barrio sano. Allí se fue con la familia porque Carmela, su mujer, padecía una enfermedad pulmonar y así se lo aconsejaron. Quedó embarazada y falleció a los pocos días de dar a luz a un niño que sólo sobrevivió a la madre un par de meses. La historia se repetía: Manuel Ferrand Rodríguez creció huérfano de padre y Manolo Ferrand Bonilla huérfano de madre.
Manuel Ferrand, al que dedico este capítulo, creció en el seno de una familia acomodada aunque con altibajos. Vivían en “Villa Carmela” que tomó el nombre en honor a la madre fallecida. Pero volvamos al barrio de Nervión, donde también vivía, por la misma época, mi abuelo materno, Antonio Navas Jiménez con su esposa e hijas, entre ellas mi madre. Veamos lo que nos cuenta José Luis Rodríguez del Corral.
“…Un chalet en Nervión con jardín y veleta llamado Villa Carmela. Nervión era por entonces, recién comenzado, un barrio florido y apacible con miras a residencial, casas más veraniegas que urbanas y varios campos de fútbol donde la chiquillería jugaba, con calles terrizas e iluminación deficiente que consistía en bombillas colgantes de postes de madera. También podía considerarse un barrio poético, pues en él vivía un joven Juan Sierra y un entristecido Jorge Guillén, que pasó en Sevilla parte de la guerra, cuyo hijo, Claudio, jugaba con Manolo a explorar los entonces asilvestrados alrededores…”
Pasó el tiempo y Manuel Ferrand Rodríguez se casó con María Sierra, hermana del poeta Juan Sierra. Entre ambos matrimonios tuvo otra relación, pero de ella hablaré en otro capítulo, que creo será el último de esta historia.
Rodríguez del Corral nos cuenta que Ferrand, el hijo, y del que hablo, pasó los últimos años de la República y los de la guerra en el colegio “San Miguel”. Un colegio que no pertenecía a ninguna orden religiosa, pero de educación cristiana y mixto. Manolo Ferrand cuenta con sorna “Esa fe no pudieron quitármela ni los jesuitas”, donde luego estudió. Lo más importante, según cuenta el propio Manuel Ferrand, fue su profesor Miguel Romero Martínez, hijo de notario que ganó la cátedra de Lengua Latina durante junio de 1936. En Madrid sufrió la guerra separado de su familia y cuando terminó, el bando sublevado no le reconoció la cátedra otorgada por la República, vetándole de toda posibilidad de ejercer en la Enseñanza Superior y fue a parar al colegio “San Miguel” de Sevilla. Además de muchas cosas, don Miguel reorganizó y restauró la biblioteca del Ateneo Sevillano y se toparía con libros que el abuelo de aquel niño del “San Miguel”, había donado. Por curiosidad busqué en Google “Miguel Romero Martínez” y descubrí muchas cosas, pero no es este el sitio para comentar y animo al curioso lector a que lo busque. Sólo decir que el mismo Ferrand habla de él con elogios profundos, y si leéis a Rodríguez del Corral lo podéis ver en la pág. 35. Su influencia sobre Ferrand es indubitada.
En el año 1941 Manuel Ferrand se incorpora al colegio “Villasís”, que fue devuelto a los Jesuitas tras la incautación en 1932 por la República. Ferrand describe el ambiente en el colegio en una fábula “La Fuente de la eterna juventud”.
En 1974 escribió Ferrand un curioso libro, “Carta abierta a un españolito que viene al mundo”, y voy a transcribir lo que allí escribe.
“Hijo, si yo te contara que para estudiar Filosofía y Letras, llegué a una Universidad donde en clase de Literatura no se mencionaba ni a García Lorca, ni a Hernández ni a Juan Ramón Jiménez ni a Rafael Alberti… Si yo te dijera que hasta no ser graduado no supe de la existencia de León Felipe, Cernuda o Madariaga… Los libros de todos estos y los de tantos otros más que son figuras capitales de la cultura nuestra, no estaban en las librerías ni siquiera en las bibliotecas, sino en algunas muy contadas. Que en la clandestinidad fui leyendo, y que luego, a toda prisa, para recuperar el tiempo perdido, tuve que ponerme a borrar ese lastre de ignorancia y deformación que me venía impuesto. Librerías sin Unamuno, sin Valle Inclán, sin obra alguna de escritor que no fuera muy de derechas… ¿Te imaginas? ¿Te lo imaginarás cuando sea mayor? Ojalá no. Tuve una Universidad de risa, y sálvese quien pueda, que a dos profesores salvo, nada más que a dos. Unas revistas de risa también, o de lágrimas. Un cine del que no te quiero hablar y un ambiente, en fin, desolador e increíble.”
Francisco Márquez Villanueva, filólogo sevillano, catedrático en la Universidad de Harvard recuerda aquél tiempo:
“Las circunstancias nos robaban la juventud, lo mismo que otras tantas cosa. La mirábamos como un lujo vedado o quizás como un tren que pasaba a toda velocidad ante nuestros ojos. En medio de tanta orfandad, tratábamos de educarnos cómo podíamos unos a otros. Teníamos que ser viejos a la fuerza y acostumbrarnos mejor o peor a lo irremediable.”
Jiménez Fernandez y Romero Martínez, sus profesores, y Francisco Márquez Villanueva, uno de sus mejores amigos, han tenido gran influencia en él.
Hizo las milicias universitarias, una forma de hacer la mili que a los estudiantes universitarios ofrecía el ejército, saliendo de Alférez Provisional; la experiencia no le gustó. Se dedicó al dibujo y a la pintura que, en mi opinión, que no es la de algunos, no se le daba mal, aunque en algunos casos la incluyeran en sus “limitaciones”. Fue profesor auxiliar de cátedra en la Universidad, pero tampoco cuajó por la inevitable burocracia. Guionista radiofónico, director de la revista Museo, guía de visitas artísticas. Afrontó con otros amigos un proyecto empresarial consistente en un taller de huecograbado, pero pronto renunció a él cediendo a sus compañeros su parte sin pedir nada a cambio.
“Sorpresa nos da la vida”, como dice una de las “salsas” que más me gustan, y esa experiencia empresarial le sirvió para entrar en ABC de Sevilla, dirigiendo esa nueva sección que por necesidad del periódico se creó. Su familia se mudó del chalet en Nervión, “Villa Carmela”, a un piso en la calle “Cuna” y enfrente de la casa vivía una familia de ascendencia francesa, los Augustín. Encarnación Augustín, cinco años más joven que Manolo Ferrand, contaba 20 años y se veían continuamente, pero los padres de ella no querían que la niña se ennoviara tan joven. Y como al campo no se le puede poner puertas, a su relación tampoco.
Según nos cuenta Rodríguez del Corral, “Encarnación Augustín era una muchacha alta, bastante guapa, a la que podía verse las mañanas de domingo del brazo de Ferrand en un recital, en conciertos o en la exposición del club La Rábida. Se casaron en cuanto les fue posible. Mediaba la década de los cincuenta y en la aletargada vida española se iniciaban cambios profundos que a nadie dejarían indiferente”.
En 1957 nació Pablo Ferrand Augustín y en ese mismo año inicia sus trabajos en ABC dada su experiencia en huecograbado para lo que tuvo que organizar todo el archivo gráfico.
Supo compartir su sonrisa en sus múltiples colaboraciones, durante nueve años en la década de sesenta, en la revista La Codorniz, que como se establecía en su cabecera, era “La revista más audaz para el lector más inteligente”. Publicaba con su nombre o como Tic. En ella escribieron, por nombrar a algunos, Chummy Chumez, Gila…
Si os animáis a leer a Rodríguez del Corral, cosa que os recomiendo, podréis leer, entre otros, tres artículos de Ferrand que no tienen desperdicio: “Por qué utilizo sombrero de copa”, “ Los globos sueltos” y “Relojes de arena”.
En 1963 Manuel Ferrand vivía con su esposa Encarnita Augustín en un entorno muy grato: en el trabajo, en su nuevo domicilio en Los Remedios en la calle Juan Sebastián el Cano en el que acababa de nacer Ana María, la quinta. Antes lo habían hecho Pablo, Lourdes, Carmela y Manuel Ignacio, pero todo se le torció.
Cuando tengo que escribir algo que considero fundamental, y en otras muchas situaciones, guardo el lápiz o el bolígrafo con los que escribo. Saco la pluma Parker que heredé de mi abuelo paterno del cajón del buró, también de mi abuelo paterno, la limpio y la recargo de tinta, en este caso violeta. A veces me inspira, otras no; esperemos tener suerte en esta ocasión.
Después de esta tontería mía, que las suelo tener porque están en mi carácter, sigo contando parte de lo que de Manuel Ferrand Bonilla sé.
Corría el año 1963 en el que yo tenía 13 años y Manolo, 38. Encarnita, su mujer, se sometió a una intervención quirúrgica en principio sin importancia, pero algo falló y falleció. Al cabo de los años me enteré de lo sucedido, pero permitidme que sobre ello mantenga un discreto silencio; no será el único. De algo me acuerdo de esos años, pero su sonrisa desapareció de su rostro. Pablo, el mayor de sus hijos, tenía 6 años y Ana María acababa de nacer. Viudo, con cinco hijos pequeños y un trabajo absorbente no es de extrañar que desapareciera su sonrisa, pero no su vitalidad.
Y la suerte lo vino a ver y esta vez no desde los balcones de su casa en la calle Cuna, sino en la azotea del piso en la calle Sebastián Elcano. Sus hijos allí jugaban y a ella subía algunos días una joven de veinte años llamada Consuelo Garriga, que había llegado de Barcelona, vivía enfrente y, con los niños, a sus juegos se unía.
Se conocieron y congeniaron, pero un viudo con cinco hijos, de 39 años y ella, de 18, no tenían muchas papeletas para que la relación fuera a mayores. Manolo lo entendía e intentaba poner tierra de por medio, tanta como hay desde Sevilla a Barcelona, a donde ella marchó. Pero no fue así: allí se casaron y tuvieron cuatro hijos más: Inmaculada, Susana, Guillermo y Consuelo. Manolo recuperó su sonrisa y su sorna. Según me cuentan, no celebraba los cumpleaños, sino los “cumplenada”, como él los definía.
La recuperada sonrisa no sólo se debió a su situación familiar: una mujer y nueve hijos, sino a un nombramiento importante en el periódico: redactor-jefe. No se aburría, y a los quehaceres familiares se unía el artículo diario que tenía que escribir. También me consta que no todo fue miel en el periódico, pero sobre eso, y van dos, mantendré otro discreto silencio.
Sonrisa, humor e ironía, tres características de su personalidad que en muchos artículos aparecían. Tuvo Ferrand un tío, Pepe Ferrand, hermano de su padre y sobre el que escribió:
“…visitador asiduo de herbolarios, que se levantaba cada día al salir el sol. Mi tío se carteaba en esperanto con mucha gente del extranjero, no fumaba ni probaba el alcohol, era andarín y dormía en corriente de aire. Se desayunaba un limón, ingería infusiones de hierba-luisa y de poleo, se quitaba la acidez de estómago con almendras crudas y las úlceras de duodeno con zumo de coles hervidas. Ya he dicho que murió joven”.
Podría hablar mucho más de él gracias al encargo que la familia le hizo a Rodríguez del Moral, al buen trabajo que realizó y a mis conversaciones con su hijo Pablo; pero hay que terminar. Lo hago con una cronología publicada en el libro tantas veces referidos. Las fotos que pongo son las que Pablo me ha enviado, las que aparecen en el libro y algunas que yo tenía.
CRONOLOGÍA DE MANUEL FERRAND BONILLA
1834 | Nace en Niza Teodoro Julio Mateo Ferrand Couchoud. |
1898 | Nace en Sevilla Manuel Ferrand Rodríguez. |
1925 | Nace Manuel Ferrand Bonilla en la calle Rodrigo Caro del Barrio de Santa Cruz |
1950 | Auxiliar de cátedra de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla. |
1951 | Publica en los Anales de la Universidad Hispalense un estudio sobre el pintor Alonso Vázquez. |
1954 | Publica en la Revista de Estudios Americanos el artículo “Raíz española en la poesía de Nicolás Guillén”. |
1955 | Se casa con Encarnación Augustín. |
1956 | Publica la serie ilustrada del duendecillo Tic en las páginas infantiles de la revista barcelonesa Letras. |
1957 | Nace su hijo Pablo y empieza a trabajar en ABC. |
1958 | Se inaugura bajo su dirección la sección ilustrada del ABC de Sevilla. Nace su hija Lourdes. |
1959 | Nace su hija Carmela. |
1960 | Empieza a publicar en La Codorniz, donde colabora con dibujos y textos durante los nueve años siguientes. |
1961 | Nace su hijo Manuel Ignacio. |
1963 | Nace su hija Ana María. Fallece su esposa. |
1964 | Se casa en diciembre con Consuelo Garriga. |
1966 | Se da a conocer como novelista al ganar el premio Elisenda de Montcada con su novela El otro bando. Nace su hija Inmaculada. |
1968 | Su novela Con la noche a cuesta gana el Premio Planeta. Nace su hija Susana. |
1971 | Publica La sotana colgada. |
1972 | Publica la miscelánea Fábulas sin remedio. Nace su hijo Guillermo. |
1973 | Publica Quebranto y ventura del caballero Gaiferos. |
1974 | Vuelve como profesor a la universidad de Sevilla. Publica el ensayo Carta abierta a un españolito que viene al mundo y su novela La forastera. Nace su hija Consuelo. |
1975 | Publica Los farsantes. |
1976 | Publica en colaboración con el fotógrafo Viñals Calles de Sevilla. |
1977 | Publica el ensayo La naturaleza de Sevilla y la novela El negocio del siglo. Es nombrado redactor-jefe de ABC de Sevilla. |
1980 | Ingresa como académico de número en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. |
1982 | Fallece su padre. Publica la última y más personal de sus novelas: Los iluminados. |
1983 | Publica en colaboración con el pintor Juan Romero el librito de divulgación El hombre que conoce las plantas. Contrae una grave enfermedad que obliga a una intervención quirúrgica a resulta de la cual quedará mermada su salud. |
1985 | Publica como libro Gastronomía sevillana. Elogio y estirpe de una cocina tradicional que había sido difundida antes como serie desde las páginas de ABC. Fallece el 30 de agosto en Sevilla. |
1986 | Exposición homenaje a su memoria en la Facultad de Bellas Artes. |
1987 | Se publica la antología de sus artículos Las campanas perdidas con prólogo de Joaquín Caro Romero. |
1997 | Se publica la obra póstuma Jardines de Sevilla. |
1998 | Se reedita con prólogo de su hijo Manuel Ignacio Calles de Sevilla. |
Villa Carmela. Dibujo a plumilla de Manuel Ferrand Bonilla
Manuel Ferrand Rodríguez con sus hijos Manuel (de pie) y Julio
Manuel y Julio 2º y 3º
Julio y Manuel Ferrand Bonilla y Francisco Ferrand Sierra con su madre, María de los Reyes Sierra
1953. Reunión de amigos. Delante, José María Amores; segunda fila, M. Ferrand, Julio Martínez Velasco y Joaquín González Moreno; tercera fila, Nieves, Carmiña, Clara y Encarna.
De izquierda a derecha Encarna Augustín y sus amigas Clara, Nieves y Carmiña
Mediados de los 50 Tres parejas de amigos en los jardines del Alcázar.
Foto de Joaquín González Moreno
Encarna Augustín y Manolo Ferrand en la Feria
Encarna Augustín y Manolo Ferrand en la Feria
En casa de Manuel Ferrand Rodriguez, en la calle. Alemanes
Nieves (mujer de Joaquín González Moreno), Clara (esposa de Julio Martínes Velasco) y Encarnación Augustín Horrillo.
Manuel Ferrand Bonilla, Encarna Augustín y Rosario Muro, esposa de su hermano Julio.
Mediados de los 50 Tres parejas de amigos en los jardines del Alcázar.
Foto de Joaquín González Moreno
Boda de Manuel Ferrand y Encarna Augustín, con el padrino, Manuel Ferrand Rodríguez y madrina Eduarda Horrillo, madre de Encarna.
Iglesia del Hospital de Los Venerables el 27 de octubre de 1954
Encarnita Augustin y Manuel Ferrand
Encarnita Augustín Horrillo
Pablo Ferrand Augustín
1963. Encarna Augustín y Manuel Ferrand con los 5 primeros hijos, el año en que murió Encarnita. Hijos de izquierda a derecha, Carmen, Pablo Manuel, Ana María (en brazos de Encarna), Manuel Ignacio y Lourdes.
Viñeta de Manuel Ferrand, mediados de los cincuenta
Consuelo Garriga recién llegada de Barcelona
Consuelo y Manuel viendo una cofradía
1971 Manuel Ferrand, Consuelo Garriga con Antonio Burgos
Junto a Consuelo, entrevistado por Emilio Segura en la Feria del Libro el año de El otro Bando
1968 Ante las cámaras de TVE el Delegado de Información y Turismo hace entrega del millón cien mil pesetas al ganador del premio Planeta
1968 Cartel promocional del premio Planeta
1968 Firmando ejemplares del Premio Planeta
1969 Feria del Libro
1969 Enero. Comida de los periodistas sevillanos ofrecidas a Manuel Ferrand Foto Serrano Archivos ABC
1971 Jurado del Premio Ateneo de Sevilla Foto Serrano Archivo ABC
1970 Ferrand en el mercadillo de «El Jueve» Archivo ABC
1970 Ferrand en el mercadillo de «El Jueve» Archivo ABC
1972 Con José María Vaz de Soto
1972 Presentando a Manuel Vázquez Montalbán en el Ateneo de Sevilla
1973 12 de mayo. Manuel Barrios presenta la novela «Quebranto y ventura del caballero Gaifero».
Foto Serrano Archivo ABC
1976 Con Luis Borges en Ginebra
1976 El fotógrafo Alberto Viñals, coautor de «Calles de Sevilla», Manuel Ferrand, el alcalde de Sevilla Fernando Parias y José Manuel Lara
1977 Junto al busto de Manuel Ferrand realizado por Juan Abascal
1977 Manuel Ferrand
1977 Manuel Ferrand en la redacción de ABC de Sevilla
Archivo ABC
Leopoldo Azancot, Jorge Semprun, José Manuel Lara, Ángel Palomino y Manuel Ferrand.
1980 Con los alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla.
Archivo ABC
Años 1980 en ABC
Ferrand en los 80s
1984 Manuel Ferrand en el homenaje a su tío Juan Sierra, poeta de la generación del 27
Ferrand en los 80s
Cena en homenaje a Baltasar del Alcázar
Manuel Ferrand y Consuelo, a la derecha, junto a otra pareja
De izquierda a derecha Julio Manuel de la Rosa, Juan de Dios Ruiz-Copete, Antonio Burgos, Manuel Salado, Manuel Barrios, Manuel Ferrand, Antonio Collante de Terán
Dibujo de la exposición del Club La Rábida
En su despacho con la Olivetti con la que escribió Con la noche a cuesta
En el Museo de Bellas Artes de Sevilla
En la Facultad de Bellas Artes de Sevilla
Manuel Ferrand Bonilla
Manuel Ferrand Bonilla
Cuando termino este capítulo tengo pendiente leer varios textos que sé que se han escrito y que aún no lo he conseguido, en especial lo escrito por Antonio Burgos tras el fallecimiento de Manuel Ferrand Bonilla. Cuando lo consiga ampliaré, en su caso, este capítulo.
El siguiente estará dedicada a Trinidad Carpintero. Allí espero veros.
Gracias por leerme.
Salud y Paz