Capítulo 22.-
Florimundo Prometeo Ferrand López
Mucho tiempo he estado, cierto es, sin escribir nada desde que lo hice hablando de la pandemia de 1918-19. Hoy, en la primavera de 2022 vuelvo, junto con mi Parker 51, la que fue de mi abuelo, a retomar la historia. Limpia y cargada de tinta, me acompaña en mi terea de rellenar los folios en blanco.
¿El motivo de tal retraso?: la pandemia que estamos sufriendo desde el año 2019 y que se ha llevado por delante a mi primo Rafael y a varios amigos, entre ellos a Gabriel del Castillo, Gabi, en otra época mi compañero de trabajo y mi traumatólogo. Durante este tiempo me he dedicado a “esconderme”; a hacer un seguimiento de la enfermedad mostrando en muchas gráficas su evolución. A confeccionar estadísticas que compartía con mis amigos sanitarios de Huelva que, para tal fin, me acogieron en sus grupos.
Dedicado a eso, aprendiendo de Luis Esquivias, amigo, nadador como yo, y Catedrático de Física en la Universidad de Sevilla y junto a José Luis Candau, compañero de bachillerato en el Colegio Claret de Sevilla, estuve mucho tiempo, hasta que se produjeron varios cambios en los criterios con que el Ministerio publicaba los datos diarios y que hacían imposible un seguimiento con un mínimo de coherencia; la estadística se perdía en el intento. Tales cambios de criterios produjeron una ruptura en la base de datos de muchos investigadores; en fin, una gran oportunidad perdida para obtener un buen estudio de la evolución de la pandemia en nuestro país; nunca aprenderemos.
Me escondí del virus, pero al final el maligno me cazó. Las tres dosis de vacunas y, tal vez la suerte, me hicieron pasar la enfermedad como un simple resfriado sin ninguna complicación. Elena, mi mujer, se contagió de mí y también la pasó sin grandes complicaciones, aunque un poco peor que yo, sin estar “muy católica” (como decía mi madres). Ya se sabe la debilidad de la condición femenina.
También he visitado los quirófanos; también lo decía ella: “Carlitos, que mala es la edad”. Superé una infección compleja que a punto estuvo de generalizarse y que me mantuvo en el “lecho del dolor” por algún tiempo. Superado todo lo anterior y cuando Putin (el tirano presidente de Rusia) sigue atacando inmisericordemente a Ucrania, retomo, en una tarde de primavera sevillana, la historia que empecé; eso sí, compartiendo el tiempo con la lectura de “Los episodios Nacionales”, de Pérez Galdós que, al igual que esta historia, algún día espero terminar.
Los orígenes de mi familia comencé a estudiarlos hace años. En ese tiempo nos han dejados muchos familiares que prefiero no nombrar porque seguro que algunos se me olvidarían, pero han sido muchos.
Muchos también son los que he conocido a través de esta investigación y espero conocer, al menos la existencia. No descarto, y es mi sueño, poder un día juntarnos y brindar por don Julio Ferrand Couchoud causante de todas nuestras dichas (las desdichas las hemos olvidado). Pero ese deseado encuentro tendrá que esperar; la situación el día que esto escribo no es propicio para ningún encuentro. Sí, esto último merece una explicación.
En diciembre de 2019, los servicios médicos de la ciudad china de Wuhan diagnosticaron en diversos enfermos una neumonía ocasionada por causas desconocidas. Una investigación, publicada en la revista “The Lancet” determinó que se trataba de un nuevo tipo de virus de la familia “Coronavidae” emparentado con el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), pero que no es igual a ninguno de ellos.
El gobierno chino reconoció oficialmente el primer caso el 31 de diciembre de 2019. Durante enero de 2020, se extendió a otras zonas de China –el día 20 de ese mes se decretó la alerta sanitaria- y a naciones vecinas como Irán. Y, a partir de ahí, saltó a Italia; poco después, a España y al resto de Europa; y, finalmente, a América y África.
La Organización Mundial de la salud (OMS) anunció el 11 de febrero de 2020 que la nueva enfermedad se llamaría Covid-19: por las iniciales de corona, virus y “disease” (“enfermedad” en inglés), más el año en el que se descubrió. Se quería evitar así, eso supongo, que el nombre se refiriera a una ubicación geográfica o a un grupo de personas, como había ocurrido en el pasado con la gripe rusa (1889-1890) que causó un millón de fallecidos; la mal llamada española (1918-1920) porque que no se originó en España, entre 40 y 100 millones de defunciones; la asiática (1957-1958), cerca de 1,5, millones de fenecidos; o la de Hong Kong (1968-1969), no llegó al millón de muertes.
Y exactamente un mes después, el 11 de marzo, la OMS definió la situación como pandemia, aunque en ese momento el número de afectados en todo el planeta (118.000) representaba sólo el 0,002 por 100 de la población mundial (7.700 millones de personas, según el último informe demográfico de Naciones Unidas).
Al hilo de lo cual, bastantes países declararon estados de emergencia, alarma y excepción, confinando a la población en sus casas y cerrando fronteras y espacios aéreos, con los consiguientes efectos negativos en la actividad económica y la vida social.
Curiosamente mi tío abuelo Carlos Ferrand López, primogénito de Julio Ferrand Couchoud y Ana López Díaz, al ser jefe provincial de Sanidad de Córdoba durante las diversas olas de la mal llamada “Gripe Española”, redactó un informe de la incidencia de tal mal en Córdoba. He dedicado un capítulo a dicho informe.
Lo anterior es para situar al lector en el momento donde retomo la historia familiar; primavera de 2022, cuando la pandemia nos sigue azotando, cuando nos hemos protegidos con tres dosis de vacunas que la Ciencia, sí, con mayúscula, nos ha obsequiado.
Pero, volvamos a los hijos de Julio Ferrand y Ana López Díaz.
Por orden cronológico le toca el turno a Florimundo Prometeo Ferrand López.
Nació el 4 de junio de 1882 en Sevilla y falleció el 31 de diciembre de 1912; es decir, a los 30 años de edad. Está enterrado junto con sus padres en la parte civil del Cementerio de San Fernando en Sevilla en el “Paseo de la Libertad”.
Poco sé de él y menos he podido averiguar. Me parece recordar haber oído a mi abuela decir que era maestro, pero no lo he podido confirmar. Os hago partícipes de algunas fotografías y de un entrañable recuerdo de su niñez. Seguro que cuando algún familiar lea lo que escribo alguna luz aportará; luz que será compartida.
Lo siento, no he podido averiguar más de él.