Capítulo 2.- Su primer matrimonio
Si nos fijamos con atención en las fechas de las fotos de su familia francesa, observamos que la mayoría están fechadas en el año 1869. También está fechado en ese año el documento que os mostré en el que se declara exento del servicio militar francés a Julio Ferrand Couchoud.
Seguí digitalizando documentos, apuntando las fechas y clasificándolos en la carpeta correspondiente cuando apareció otro, también fechado en 1869, en el que se hace constar que Julio Ferrand entró a formar parte de la Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Sevilla el 12 de junio de 1856 permaneciendo soltero hasta el 28 de febrero de 1863.
El 25 de junio de 1869 está fechado en certificado del Cónsul de Francia en Sevilla en el que reza que Julio Ferrand, natural de Niza, soltero de 34 años de edad, goza de los privilegios de pertenecer al pabellón francés.
Conforme leía y releía esos documentos cada vez me convencía más de el año 1869 algo importante le ocurrió a don Julio. Tal parecía que estuvo recopilando documentos a modo de “fe de soltería” y que recibió fotos de su familia francesa para que su futura mujer la conociera.O quizás ambos viajaron a Grenoble.
Las dudas desaparecieron pronto, justo lo que tardó en aparecer el documento que os muestro. En él, don Juan Bautista Dorsan Ferrand, padre de don Julio, ante notario autoriza a su hijo, residente en Sevilla, calle Raveta nº9, a contraer matrimonio con la señorita Carolina, María del Carmen de la Santísima Trinidad (de los apellidos, sin noticias).
Es decir, Julio Ferrand se casó con Carolina no antes de 1869. La cuestión era saber cuándo y dónde. La memoria familiar me decía que el matrimonio duró poco porque ella falleció sin descendencia poco después de la boda. Seguí digitalizando fotos y documentos sin que pudiera olvidar esa tarea pendiente.
Fotos tomadas en Sevilla. La primera, dedicada a su madre, data del mes de mayo de 1865 o 1869. En ella, Julio Ferrand escribe “A mi idolatrada Carolina de Ferrand”.
La segunda está tomada en Sevilla el primero de mayo de 1867. Julio Ferrand la recibe por carta en Huelva, el 11 de septiembre de 1868. Ese año, Lamiable (no lo conocéis; ya os lo presentaré) consigue la concesión de la línea de ferrocarril SE-HU.
Amaneció lloviznando ese día de principio de febrero de 2016, de ese invierno que lo fue sólo en el calendario. Vivía entre papeles y documentos mirando el ordenador y quería alejarme de lo que había sido una dedicación “intelectual” casi obsesiva: quería pasear.
Me enfundé en mi North Face negro, me puse el sombrero gris marengo que me regaló mi hermano Julio y que me recordaba aquellos meses que pasé en tierras de su “Graciosa Majestad”, y, de esa guisa, salí a la calle.
Tomé el primer autobús que pasó por la parada cercana sin fijarme en qué línea lo hacía, me daba igual el destino, sólo quería pasear por esa Sevilla temprana donde los comercios aún no han abierto sus puertas y la gente va con paso acelerado; eso sí, con los pinganillos empotrados en sus oídos. De los bares, con gran afluencia, sale el sonido inconfundible de “dos con leche y una media con aceite”.
No sé qué me llevó hasta allí, pero el hecho fue que me vi en la puerta de la Iglesia de “La Magdalena”, en el centro de Sevilla donde sale “El Calvario” en la Semana Santa sevillana y que tantas madrugadas había visto por las calles cuando las procesiones se podían “vivir”.Entré y la visité, aunque no me gustan las iglesias, excepto las románica, las ermitas encaladas de Andalucía y las iglesias de piedra que pueblan Galicia y otras zonas del Norte; las barrocas me aburren y más en los días de lluvia porque creo que te pueden dejar reumáticos “per sécula”, pero en este caso tenía motivos para arriesgarme. Quería saber si Julio Ferrand y Carolina, habían contraído matrimonio en esa iglesia dada la proximidad a ella del domicilio de Julio en la calle Raveta número 9, como se indicaba en la autorización que su padre le otorgó en París a tal efecto. La calle Raveta es en la actualidad la calle Moratín, muy próxima a la Iglesia de la Magdalena.
Una vez dentro me acerqué a una puerta que pensé comunicaba con la sacristía con un aire de despiste (cuando visito una ciudad, salvo caso excepcionales claro está, no suelo visitar las iglesias; prefiero los mercados). Se me acercó un señor que me preguntó si estaba citado con el Sr. Párroco. No -le respondí- sólo buscaba el acceso a la sacristía para… y le expliqué mis propósitos. Es que estamos esperando a un sacerdote del norte que tiene una reunión con el Sr. Párroco y pensé que, tal vez fuese usted, me dijo. Si quiere consultar los libros de las actas matrimoniales, vaya por la calle Bailén y pregunte por José Luis, un señor “con barbita”; él se lo podrá facilitar.
Después de agradecerle la información, salí del templo con respeto dejando atrás el olor a incienso, las palabras del oficiante de la misa de nueve y la música sacramental que se oía. Al entrar por la calle Bailén, en la primera puerta a la izquierda, me encontré con José Luis; le expliqué mis propósitos y rápidamente me facilitó el Libro de Índices y me dijo que buscara el tomo en el que aparecía el casamiento, facilitándome un sitio donde poder consultarlo.
Empecé por el año 1867 y hasta que llegué a 1869 no apareció la referencia buscada. Allí estaba, en el libro 25 folio 117. Se lo comuniqué a José Luis y rápidamente fue a buscar dicho libro. Me sentí afortunado por lo solícito de mi interlocutor y por mis deducciones previas. Por los datos investigados anteriormente, todo me hacía pensar que en ese año se había celebrado la boda y ya tenía la prueba documental.
Mientras esperaba, me dediqué a observar la sacristía de “La Magdalena”. Amplia habitación de techos altos y paredes repletas de cuadros típicos en los que, por su negritud, casi no se distinguía el motivo representado. Mientras observaba, envuelto en el olor a incienso, habían cesado los cantos y el sacerdote al que vi en el templo, entró a la sacristía; lo saludé con los buenos días correspondientes pero no obtuve respuesta. Al cabo de un minuto, coincidiendo con la entrada de José Luis con el libro en sus manos, recibí respuesta del sacerdote: “Buenos días, perdone que antes no le contestara pero estaba terminando mis oraciones”. No se preocupe -le contesté- lo primero es lo primero. “Efectivamente”, le oí decir, y siguió con lo suyo.
Me ofreció un sitio para buscar en el libro la referencia de la boda justo al lado del sacerdote que se quitaba los atuendos propios y ávidamente me dispuse a leerlo. Por experiencia anterior, que ya os contaré, donde no se me permitió hacer ninguna foto de los documentos, me dispuse a copiar lo que en el libro se reflejaba. Se me acercó José Luis y me dijo que podía fotografiarlo sin problema alguno. Se lo agradecí y le conté mi experiencia en la Prioral del Puerto de Santa María, la que os debo, contestándome con una amplia sonrisa.
Hice varias fotografías con mi teléfono y con la cámara de fotos que suelo llevar en mis paseos sevillanos pero, debido a lo elevado de la superficie en el que el libro se apoyaba y a la poca luz que nos bañaba, ni con flash ni sin él las fotos no tenían la calidad requerida. José Luis me observaba y a él me dirigí solicitándole una ubicación más favorable. Me llevó, con exquisita amabilidad, a su despacho; “así podré seguir trabajando”, dijo. Me ofreció una superficie menos elevada donde podía situar la cámara en la vertical del libro y me facilitó un flexo. Tampoco las fotos salieron con calidad suficiente, tendré que volver.
Después de agradecérselo, seguí tentando a la suerte. Le pregunté si me podría facilitar el libro de las defunciones. Abrió un gran armario y me dio el Libro del Índice y vuelta a empezar. Efectivamente, en el año 1870, libro 17 folio 13, encontré el acta de la defunción de Carolina Romero Caballero. Fotografiado, comprobada la calidad de las fotos y dándole las gracias como se merecía, salí a la calle Bailén y me dispuse a tomar un café. Decidí que, habiendo tenido suerte, la ocasión merecía no un café sino un chocolate con picatostes en el bar en el que mejor los sirven de los que conozco: el bar “Victoria” en la plaza sevillana del Duque.
Al revisar allí la fotografías tomadas, me di cuenta de que la causa del fallecimiento de Carolina no estaba clara; tenía tachaduras. Pensé que tal vez en el Registro Civil podría encontrar el certificado sin tachaduras y allí me dirigí. Lo hice andando, disfrutando de la Sevilla matinal y añorando la llovizna que ya había cesado, hasta la Plaza Nueva donde me subí al cursimente llamado “Metro-Centro” que me llevó al Edificio Viapol.
Decepción: Carolina había fallecido en marzo de 1870 y los registros civiles se establecieron en España en el año 1871; no tenían dato alguno. Volví andando a casa con el tiempo suficiente para tomarme allí un fino Tío Pepe que, junto con el Fino La Ina, es el mejor vino fino del mundo y preparar la comida para el almuerzo con Elena, mi mujer, que sobre las tres y algo llega a casa.
La tarde la pasé transfiriendo las fotos de la cámara y del teléfono al ordenador y leyendo los documentos fotografiados muy detenidamente. Os los muestro.
La verdad es que me sorprendió el de la boda, pero en el del fallecimiento había una palabra, la que antecede a “fulminante” que no entendía lo que decía. Me puse en contacto con Antonio Álvarez Madrid, cirujano cardiovascular infantil, al que conozco desde hace, “ni se sabe”, y me dijo que lo que dice es “Metrorragia” dándome las explicaciones necesarias. Estas fueron:
Antonio me comentó que parece que ponía “metrorraquia fulminante”, o sea sangrado por vía vaginal, que debió ser muy abundante en poco tiempo para provocar la muerte fulminante. La metrorraquia no es una enfermedad en sí misma, sino una consecuencia de otras situaciones. Por ejemplo, un embarazo ectópico o algún tipo de tumor que tienen otros antecedentes de sangrados previos. Incluso podría ser consecuencia de un aborto.
Lo que realmente ocurrió nunca lo sabremos pero descarto cualquier tipo de embarazo o aborto. Más bien me decanto por algún tipo de enfermedad que le impidiera incluso desplazarse a la iglesia para su boda.
Me puse en contacto con el Cementerio de San Fernando en Sevilla, con el objeto de conocer y fotografiar, a ser posible, el lugar donde está enterrada Carolina. Reproduzco la respuesta recibida.
“Hola, buenos días en relación sobre su consulta de la fallecida Carolina Romero Caballero, decirle que consultados nuestros archivos documentales se desprende que se enterró el 23 de marzo de 1870 en sepultura de 3ª clase nº 56 2ª línea, derecha en 4ª cuartelada.
En la partida de enterramiento consta que se exhumó, pero no dice fecha ni lugar de destino.
En espera de que esta información le resulte de utilidad, no dude en ponerse en contacto con este servicio para cualquier duda o aclaración que precise”.
Supongo que sus restos fueron trasladados a El Puerto de Santa María de donde era oriunda; si puedo, lo comprobaré.
Aprovechando un viaje que mi primo Pablo Ferrand y yo hicimos, ya contaré el motivo, pudimos encontrar el Acta de bautismo de Carolina Romero Caballero. Cuando vimos el domicilio donde nació, nos dirigimos a él. Antes de las conclusiones os dejo sendos documentos.
CONCLUSIONES.
Carolina Romero Caballero nació en el Puerto de Santa María (Cádiz) el 27 de junio de 1842 y fue bautizada el día 29. Fue melliza (o gemela) de Eloisa, que nació a las doce y treinta, quince minutos antes que ella. Vivían en la calle “Jesús de los Milagros número 10”. Debían de vivir en El Puerto desde hacía tiempo, ya que los padres de ambas, don Francisco y doña Joaquina, se habían casado en esa misma iglesia. El certificado que poseo, copia certificada del original, está firmado el tres de febrero de 1869.
No tengo ningún documento que nos cuente algo desde esa fecha a la de la boda que, como habéis podido comprobar, se produjo en la Iglesia de la Magdalena el 22 de julio de 1869. Él contaba 34 años de edad y ella, 26.
La primera sorpresa que el documento de su casamiento me produjo fue al leer lo que sigue: “Precedió mandamiento del Sr. Juez de esta Santa Iglesia, por el que fueron dispensadas las amonestaciones en ???? y la tercera en esta con todos los demás requisitos necesarios e indispensables para la validez y licitud de este contrato sacramental”.
La segunda sorpresa surgió al leer que el matrimonio se celebró en el domicilio de la contrayente, calle Raveta número 17 (Julio Ferrand vivía en el número 9 de la misma calle). Deduzco que estaba tan enferma que no pudo desplazarse a la Iglesia de la Magdalena que dista, escasamente 300 metros.
La tercera fue el nombre de uno de los testigos: Luis Perrier. No me quiero extender hablando de este señor, pero os indico un enlace en el que podéis conocer algo sobre él; seguro que os sorprende y os gusta.
https://www.spanishrailway.com/tranvias-de-sevilla-s-a/
Mi última sorpresa fue que vivieran en la misma calle, Raveta, Julio en el número 9 y ella en el número 17. Sin embargo, en el documento del fallecimiento, su domicilio era Moratín (antes Raveta) número 14. Parece que en ese año se produjo el cambio de nombre de la calle Raveta y, o bien le correspondió otro número como consecuencia del cambio de nombre, o se cambiaron de domicilio. Pero es curioso que vivieran en la misma calle. Tal vez los padres, dada la enfermedad de su hija, se trasladaran a Sevilla buscando mejor asistencia médica y Julio le aconsejara un lugar cerca de su domicilio. En fin: imaginad.